EN LA INFANCIA

Enseñar a decir ‘no’

Toni Giménez // Cardedeu (Barcelona)

Cuando a un niño le decimos que «esto no se hace», que «eso no se dice» o que «eso no se toca», el no debe ser rotundo, no una palabra llena de matices ante la que se acaba cediendo para convertirse en una especie de sí. Cuando somos niños necesitamos conceptos claros, bien definidos y delimitados, y así se convierten en hábitos de por vida.

El concepto no delimita el alcance de nuestras acciones, es decir, pone límites a nuestros sentimientos y pensamientos.

En una sociedad como la actual, en que la falta de educación se ha extendido como una mancha de aceite, es necesario que las nuevas generaciones tengan delimitado su campo de acción para saber qué es correcto y qué no lo es; en especial, en todo lo que es público y compartido.

LA INFANCIA

Déficit en educación sentimental

Pedro Feal // La Coruña

La reiteración de agresiones y abusos machistas por parte de individuos o grupos de jóvenes (tristemente conocidos como manadas) manifiesta un déficit de educación sentimental o emotiva a la vez que sexual. De hecho, no es en el colegio ni en casa donde muchos niños y adolescentes aprenden la mayor parte de lo que creen saber sobre el sexo, sino en la pantalla de su móvil u ordenador a través de videos en los que los personajes femeninos suelen aparecer como un mero objeto erótico.

Sin capacidad de juicio suficiente para distinguir lo real de lo ficticio y lo válido de lo inaceptable, no pocos intentan luego llevar a cabo en la práctica las proezas visualizadas, en ocasiones sin respetar la voluntad, los sentimientos y los derechos de otras personas.

Una educación sentimental, complementaria de la sexual, debería enseñar a reconocer las emociones y deseos ajenos sin violentarlos; a cultivar la empatía, la inteligencia interpersonal y el diálogo, así como a aplicar la regla de oro moral también en las relaciones íntimas: no solo tratando al otro como uno mismo desea que le traten, sino, sobre todo, no tratandole como él o ella no desea ser tratado.

No debería resultar tan díficil que la sociedad y sus representantes políticos se pusieran de acuerdo, más allá de sus diferencias ideológicas, en este mínimo común denominador moral para promover una más adecuada educación de los afectos en familias y escuelas, y un mayor control de los contenidos audiovisuales a los que tienen acceso los menores.