TABLERO POLÍTICO

Sin mayorías, hay que negociar

Jesús Pichel // Madrid

Los votantes hicimos nuestro trabajo y la realidad es la que es. Son pocas las candidaturas que no necesitarán apoyos de otros para conseguir el poder municipal o autonómico, así que ahora los partidos deberán negociar y lograr pactos de legislatura o de gobierno. Sean los que sean los pactos que se alcancen, seguro que no contentarán ni a todos sus militantes ni a todos sus votantes porque inevitablemente todos los partidos cederán, renunciarán, rectificarán y hasta se contradecirán en mayor o menor medida. Habrá quien lo celebre, pero también quien se lo tome como una traición.

Alguien debería explicar que cuando no hay mayorías la política se hace negociando y cediendo en parte para obtener en parte. Si nos atenemos a lo que cada partido declara, hay demasiados monstruos en el caleidoscopio que han dejado las elecciones del 28-A y del 26-M: la ultraderecha, el trifachito, el trío de Colón, los gobiernos Frankenstein o franconstein, la izquierda, los podemitas bolivarianos, la ultraizquierda, los comunistas, los nacionalistas, los independentistas, los herederos de ETA, los constitucionalistas y los anticonstitucionalistas. Líneas rojas entrecruzadas de unos y otros con música de fondo. Pero en el caleidoscopio, las piezas de colores son las que son y en cada giro posible el dibujo es distinto. Y de eso se trata, de encontrar el dibujo definitivo para que sea el más adecuado o simplemente el posible, dando tantas vueltas como sea necesario para encontrarlo. Lo que no es posible es que algunos cristales no aparezcan, porque todos son legítimos representantes de la voluntad general.

GENEROSIDAD

Quién paga la catedral

Martín Sagrera Capdevila // Madrid

Se ha quemado la catedral de París. Unas grandes empresas han ofrecido cientos de millones para restaurarla. El detalle es que el Gobierno les desgrava el 75 por ciento. Para no hablar del trato de favor que les otorga por su gesto. Además de la gran publicidad que consiguen por su generosidad. Total, que el que paga de verdad, como siempre, es el pagano, el pueblo, que en su mayoría no pisa jamás una iglesia sino como otro museo.

En España, dentro de la muy superior excepción anual de tributar a la Iglesia, unos 11.000 millones anuales, está el increíble «impuesto religioso», que apoyan un tercio de las declaraciones, pero sin añadir un céntimo más: «acepta tu cruz, no te cuesta más», afirman los obispos. Pero no es un milagro, sino como muchos otros, un descarado timo, un fraude según la neta definición del Código Penal.

Claro que claro que pagan, pero ellos, engañados o tramposos, solo un tercio de lo que dicen que se dé; los otros dos tercios los tenemos que pagar todos los demás, pues esa cantidad se saca, no hay otro lugar, del conjunto global de los impuestos. ¿Dónde hay más inocentes, engañados o esquilmados, en Francia o, año tras año, en España?