SIN DEPARTAMENTO PROPIO

La enseñanza de la

Economía en los institutos

Marta Rosa Velardo

Cáceres

Soy profesora de Economía en un instituto de Secundaria.

Hace unos meses, mis alumnos me sorprendieron gratamente al pedirme que comentásemos en clase el debate entre Rajoy y Zapatero, previo a las elecciones generales del 12 de marzo. Me comentaron que habían escuchado a Zapatero hablar del IDH (Indice de Desarrollo Humano), y de la posición de España en el mundo respecto a este índice. También habían oído a los candidatos hablar de la pérdida de poder adquisitivo por parte de las familias debido al incremento del deflactor del consumo.

Próximamente se iniciará la campaña de la Renta de la Agencia Tributaria. En ese momento, muchos de nuestros alumnos podrán explicar a sus padres en qué consiste el IRPF, por qué es un impuesto progresivo, qué consecuencias tiene el fraude fiscal, qué datos de economía sumergida tenemos en España, e incluso qué son las campañas de objeción fiscal que algunos organismos y asociaciones proponen al ciudadano.

Podría seguir poniendo multitud de ejemplos que demuestran que una formación básica en Economía es fundamental en la escuela (el desaforado consumismo de nuestra sociedad, la necesidad de un desarrollo sostenible, la realidad económica de un mundo globalizado, las campañas agresivas de publicidad y sus consecuencias-)

Algunos de mis alumnos estudiarán Economía en la Universidad, pero otros serán abogados, trabajadores sociales, psicólogos, historiadores- Y sin embargo todos tendrán una formación básica en Economía que les permitirá ejercer sus derechos y deberes como ciudadanos de forma consciente, crítica e independiente.

Y sin embargo, la Administración educativa extremeña insiste en ningunear la especialidad de Economía, negándole reiteradamente la creación de su propio departamento didáctico. Los profesores de Economía nos sentimos claramente discriminados respecto a los compañeros de otras especialidades, y también respecto a compañeros de nuestra especialidad de otras comunidades autónomas donde sí está creado el departamento (Aragón, Madrid, Galicia, Cantabria, etcétera).

¿Será que a nuestros dirigentes no les interesa tener a ciudadanos bien formados en materia de Economía?

UN RECUERDO

Piconeros

Pablo R. Montesino-Espartero

Badajoz

¿No los recordáis?

Bajaban por Gómez Becerra, la Ronda del Carmen y la avenida de España arrebujados en sus renegridas mantas o cubriendo con sacos sus cabezas a modo de capuchas cuando la lluvia arreciaba...

Salían de Malpartida bajo el cielo estrellado cuando nosotros, niños, nos econtrábamos en el mejor de los sueños, calentitos en nuestras camas, mientras en la calle, el termómetro se hundía bajo cero.

Arreando a sus burros cargados y teñidos como ellos del negro polvo del picón, embocaban las calles de Cáceres con sus cargas de buen picón de jaras, gritando al alba cacereña: ¡A picón quieeen!

¡Qué gente aquella! ¡Qué calidad humana y qué resistencia!

Recorrían a pie los 12 kilómetros que separan a Cáceres de Malpartida en más de 3 horas de duro caminar. Salían de su pueblo hacia las 5 de la madrugada para estar en Cáceres al amanecer, ofreciendo a las amas de casa su producto elaborado a la intemperie en las serranas dehesas cacereñas.

¡Cuánto frío nos quitaron aquellos piconeros a los niños cacereños en los años 40, 50 y 60...!

Sus caras tiznadas no permitían reconocer sus fisonomías, resaltando tan sólo entre tanta negrura, el blanco de sus ojos. Sus pies, calzados con abarcas fabricadas con trozos de cubiertas de automóviles --sin calcetines a veces-- dejaban ver la mugre acumulada de días y días de duras jornadas de trabajo y de peregrinar por la carretera.

Sus manos, resquebrajadas por el frío o con impresionantes sabañones en sus dedos, les alejaban de toda condición humana; pero bajo aquella manta o capucha renegrida, siempre iba un padre de familia al que el hambre de sus hijos le hacía esforzarse hasta el límite de lo imposible.

Les veíamos pasar de regreso --terminada la venta ambulante-- sujetando con el pulgar un trozo de tocino sobre pan candeal y navaja en ristre, para enfrentarse de nuevo a las 3 leguas que debían recorrer hasta su casa... y vuelta a empezar.

Siento una viva emoción al recordarlos y desde aquí les expreso mi admiración y agradecimiento por todo el frío que me quitaron en aquellos terribles y crudos inviernos extremeños, pero también debo confesar mi vergüenza como cacereño, al ver de qué manera dilapidamos nuestras oportunidades de reconocimiento a aquellos hombres de extraordinaria fortaleza, cuando veo cómo las flamantes rotondas de entrada a la capital por su ruta, se adornan con esas esculturas de dudoso gusto o paralepípedos multicolores de ignoto significado. ¿No estaremos perdiendo los valores que aquellos piconeros extremeños nos enseñaron con su sacrificio poco o nada reconocido?