VOLUNTARIEDAD

La lotería de lamesa electoral

Jorge López

A mí me ha tocado dos veces estar en una mesa electoral y, por lo que parece, he tenido mucha suerte que solo hayan sido dos. Somos muchas las personas que hemos repetido presencia en algún cargo de mesa electoral, y en algunos casos, de forma abusiva por parte de la administración. ¿Tan difícil es crear un sistema de selección que descarte de manera automática a las personas que ya han ejercido esta función? Tan solo es necesario un poco de voluntad por parte de la administración para resolver este problema.

Claro está que cualquier ciudadano, bajo amenaza de multa o cárcel, (amenaza porque es lo que representa) se ve obligado a cumplir una y otra vez con lo que se le exige. Eso sí, lo disfrazan argumentando que cumples con tu obligación y derecho democrático. ¿Por qué no lo sustituyen por un servicio voluntario? Estoy convencido de que muchas familias que no tienen posibilidades de recibir unos ingresos mínimos para su subsistencia verían con muy buenos ojos poder cobrar el dinero que la administración paga por un día de trabajo en la mesa electoral. Como verán, soluciones hay. Solo falta voluntad de aplicarlas y que los responsables de este sistema injusto de selección entiendan que lo están haciendo mal.

LA DISTANCIA

Kilómetros que separan y que juntan

Daniel Fernández Fernández

Hay kilómetros que separan montañas, ciudades, susurros con demasiados decibelios, las llaves que se olvidan en la mesa de una cafetería e incluso tormentas inminentes. Pero también hay kilómetros que juntan. Kilómetros que juntan objetos, paredes, carreteras, personas y un sinfín de cosas que todos hemos querido a lo largo de nuestra vida. Yo soy más de esos que juntan y te dejan en el momento idóneo y con la persona correcta. Y sí, a veces se equivocan y miran para otro lado pero siempre lo hacen con buena intención (o al menos, eso dicen).

El otro día me crucé con una pareja que discutía en la estación de tren cuando iba al cine. El chico le recriminaba a la chica que por qué le había engañado estando fuera de casa y que se olvidara de dormir en su casa esta noche. La chica, ojiplática, se limitó a asentir y pronunció esas palabras que cualquier receptor no quiere recibir: "Es que creo que ya no te quiero". Bum. Así, en toda la cara. No os podéis imaginar la cara que se le quedó al chico, tal fue que le costó llorar, pero finalmente lo hizo. A partir de ahí yo ya había pasado de largo pero miré para atrás y solo sé que al final se dieron un abrazo. Qué cosas tienen los capullos kilómetros. Te vas un año y vuelves intentando borrar todo lo que ha encaminado tu marcha. Lo tienes todo milimetrado al dedillo, pero un simple 'clic' puede cambiar todo. Y así fue.