Aunque Sigmund Freud aseguraba que sólo había dos tipos de hombre feliz, el tonto y el que se lo hacía, sin embargo, y sin pretender conseguir esa «felicidad» inalcanzable por ser una entelequia conseguirla, sí podemos aspirar, al menos, a dejar entrar un poco de alegría en nuestras vidas.

La alegría debe formar parte de nuestra vida diaria porque ella nos hará afrontar las dificultades con optimismo. Y no debemos aspirar a que nos toque la lotería para estar alegres. La alegría la debemos encontrar en las cosas sencillas. Ése es el mensaje que podemos captar estos días en la exposición en la Casa Encendida de Madrid, que está abierta al público desde el día 11 de octubre hasta el 5 de enero de 2020, bajo el lema ‘El hecho alegre. Una mecánica popular de los sentidos’.

Nos dicen allí que es una muestra colectiva, que se centra en el arte de hacer grande lo pequeño. No hace falta esperar algo magnífico, algo grande para sentirnos satisfechos, para estar alegres. Basta sólo con levantarse e intentar estar bien por poder respirar y sentirnos vivos un día más. El aroma que emana del jabón entre las manos, el frescor del agua al estrellarse contra nuestra cara, el exquisito y penetrante olor a café que viene de la cocina cada mañana, deben hacer que nuestros sentidos reaccionen y nos proporcionen alegría para comenzar la jornada con optimismo.

Y esto no significa que los problemas que tengamos cada uno se nos vayan a ir con un simple lavado de cara, por supuesto que no, pero si aprendemos a dar importancia a estos hechos pequeños, seguro que conseguiremos afrontarlos mejor, con más confianza y disposición para, en su momento, sobreponernos a ellos y convertir nuestras penas y tristezas en algo un poco más liviano.

Decía Cervantes, en boca de su hijo Sancho, que «las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias», dando así palabras de ánimo a su amo, D. Quijote, cuando un encantador, con su magia, convierte en aldeana a su amada y señora, la sin par Dulcinea. Y le sigue animando y le pide que se reporte, y que avive y despierte y muestre la gallardía de los caballeros andantes, ésos que afrontan cada día las aventuras que les sobrevienen de una manera especial, ésos para los que no hay molinos que se les resistan, por enormes que sean.

Dar importancia al simple pero importante hecho de tener un amigo para disfrutar de su compañía, o poder apartarte en algún momento de soledad buscada para pensar o zambullirte en el fondo de las páginas de un libro, al calor de una lumbre cálida, son pequeñas cosas que nos reportan alegría.

Aprender a disfrutar y distinguir el olor que tienen las cosas que nos rodean, el aroma finísimo de la flor del jazmín, o los dulces efluvios de una rosa mojada de otoño, nos lleva a engrandecer lo pequeño, a valorar las cosas sencillas, a vivir con intensidad lo más insignificante, y a facilitar, por tanto, que nuestras vidas sean encendidas, cada día, con la mecha de la alegría. *Exdirector del IES Ágora de Cáceres.