«Yparecía tonto cuando lo compramos» se suele decir en Extremadura cuando alguien lleva a cabo una acción de la que no se le creía ni remotamente capaz. Se suele decir con una mezcla de sorna y admiración hacia aquel al que se había subestimado, y yo lo oí decir hace unos días refiriéndose a Pablo Casado, a propósito de cómo había defenestrado a Alfonso Alonso como candidato del PP a lendakari, sin que le temblara el pulso al expulsar a quien fue alcalde de Vitoria durante casi una década, diputado por Álava durante otra, y ministro de Sanidad, Política Social e Igualdad con Mariano Rajoy. Pero hasta los alumnos de Magisterio aprenden que autoridad no es sinónimo de autoritarismo y que para que la primera sea efectiva debe ser coherente y capaz de adaptarse a las situaciones en contextos diferentes.

Si uno mira de cerca, la decisión de Casado es, por el contrario, la mayor tontería que ha cometido en su trayectoria que, aunque breve, ya acumula unas cuantas. ¿La culpa de Alonso? Querer lo mejor para el PP vasco y, como conoce su tierra, saber que la fusión con ese barco casi hundido llamado Ciudadanos no solo no tiene por qué sumar, sino que es muy probable que reste. El partido naranja apenas consiguió, en su momento más dulce (las elecciones de abril del año pasado) un 3% de votos en Euskadi y, en las elecciones municipales de mayo, ni un solo concejal. A Casado eso le da igual: desde Madrid está empeñado en la reunificación de la derecha, cuya necesidad lleva pregonando desde el principio su admirado mentor, José María Aznar. Que Alonso sea un político respetado y que, desde luego, despierte más simpatías que su sucesor Carlos Iturgaiz, a Casado no le importa un pimiento, ni de Guernica, ni del Padrón.

Como dice el refrán, «el casado casa quiere», y Casado quiere sentirse a gusto en Génova y en la dirección del PP, sin versos libres que puedan aguarle la fiesta como le hacía a Rajoy Esperanza Aguirre, que parecía una suegra incómoda. A Juan Manuel Moreno, de Andalucía, Casado lo habría borrado del mapa si no hubiera logrado, a pesar de sus pésimos resultados, la presidencia de la Junta gracias a Vox. Y de Alberto Núñez Feijóo, seguramente espere que no logre tan buenos resultados como le auguran las encuestas, pues le debe fastidiar que se resistiera a la fusión de Ciudadanos, que en Galicia hubiera tenido tan poco sentido como tiene en las provincias vascongadas, además que Feijóo sabe que en estos tiempos de multipartidismo, el candidato ganador es el que logra que lo voten incluso personas que discrepen de sus ideas.

Para Casado, aunque nació bien cerca (en Palencia), el País Vasco es una región antipática, en la que nunca va a ganar pero que puede utilizar para rebañar votos en otras latitudes. Para él, ETA sigue existiendo, o debería, porque le vendría de maravilla, y como la añora, trata a Bildu como si fuera lo mismo, y el PNV casi lo mismo. Borja Sémper, presidente del PP guipuzcoano durante más de una década, y que sabía que si se quiere vivir en el País Vasco se tiene que convivir con personas que apoyan la independencia y que durante mucho tiempo apoyaron la violencia, dejó la política hace un mes, pues ya veía la que se avecinaba desde Génova.

Quizás debería Casado leer Patria, de Fernando Aramburu, la novela que ya han leído más de un millón de españoles, para entender que acciones como la suya solo benefician a los ultras del otro bando. Y que el partido de Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez y de tantos concejales asesinados o que vivieron amenazados, insultados y escoltados durante los años de plomo, merecía un cierto respeto, y no el desprecio del que usa a sus dirigentes, que llevaron una vida mucho más difícil que él, como moneda de cambio para un mal trato.

*Escritor.