THtace un año que salieron del Gobierno estos dirigentes del PP y en la fase de recuperación postraumática de las derrotas electorales deberían saber ya que es mejor evitar las cáscaras de plátano. Es un aprendizaje difícil para todos, pero resulta imposible si, como en su caso, no se admiten democráticamente los resultados.

En lo que me concierne, contemplo una pequeña oleada de referencias a mi tarea de gobierno con la absurda intención de confrontarla con la del actual equipo de José Luis Rodríguez Zapatero. Es como entrar en un mercado de frutas después de la visita sorpresa de un grupo de comedores de plátanos que abandonaran los restos por doquier.

En las menciones que se hacen de aquellos tiempos, se mezclan asuntos de envergadura, como los relativos a la cuestión territorial, la política exterior o las relaciones Iglesia-Estado, con otros de enjundia diferente, como el de la desaparición de los símbolos del franquismo. En todos provocan y faltan a la verdad, pero hoy me centraré en los más livianos.

La experiencia que viví en la primera mitad de los años 90, de oposición crispada, descalificadora e implacable, más la de la etapa adanista del Gobierno que me sustituyó, contradice esta recuperación de la memoria. Así que, excluida la buena intención del propósito, sólo puede responder a la torpeza porque me invita a contestar, ocupando un espacio innecesario, aunque sólo sea para desmontar esta estrategia ante los incautos que se la traguen. Por ejemplo, en la reacción ante la retirada de las estatuas --siempre ecuestres-- del dictador, sea en la capital del reino por decisión del Gobierno socialista, sea la de Cantabria por el alcalde del PP, me pasearon por declaraciones, papeles y tertulias para arremeter contra el Gobierno (no contra el regidor santanderino), en una especie de ataque extemporáneo de nostalgia franquista.

Me ha divertido contemplar el comportamiento de estos dirigentes sin dirección, espoleados por los aguerridos tertulianos y escribidores del sindicato, que me retrotrajeron a las valoraciones que hacía el señor Aznar ante situaciones semejantes hace 25 años en La Nueva Rioja . Por supuesto antes, ¡mucho antes!, de iniciar el famoso viaje al centro.

Por eso, y por coladas más graves como el famoso vídeo, me acordé de los riesgos de las cáscaras de plátano en la delicada fase de rehabilitación, aunque me parecía imposible que se empeñaran en pisarlas. Hay que decir que no todos reaccionaron igual, porque no todos se sentían concernidos o zaheridos por la desaparición de la gloriosa estatuaria, como ocurrió con Josep Piqué --expresamente-- y con Alberto Ruiz-Gallardón --distanciado por el silencio--.

La paradoja más notable en este caso era la votación favorable del PP en el Parlamento para que se procediera a esta operación de sustitución de símbolos del pasado dictatorial. Pero no es eso lo peor del suceso, sino la dificultad de explicar a sus socios populares europeos o a sus amigos trasatlánticos, por qué defienden causa tan indefendible más allá de los confines patrios. Las fuerzas políticas europeas, como partidos de poder, no entenderán la necesidad de alimentar a nostálgicos --¡siempre los hay!-- de sus equivalentes regímenes dictatoriales de antaño.

En lo que a mi respecta, si se sienten sin autoridad para defender sus posiciones, les digo que hacen mal en utilizarme torticeramente, como argumento de la que les falta.

Pueden usar a su jefe virtual, que dejó constancia escrita de su postura de fondo cuando algunos responsables locales rebautizaron calles o plazas, sustituyendo "de la Victoria", "del Caudillo", "del 18 de julio" por los más apropiados "de la Constitución", "de la libertad" o de las denominaciones precedentes a esa época "ne-fasta".

Pero algo de razón tienen cuando afirman que yo no hice una política de sustitución de símbolos, salvo excepciones significativas como la del monumento a los "caídos" para incluir a todos, porque todos fueron víctimas de la contienda, aunque las responsabilidades de los que la provocaron no fueran las mismas.

En mi actitud de entonces influyeron consideraciones diferentes de las que ahora oigo, incluso contrarias. Por ejemplo, una conversación --seguida de un compromiso moral-- con el vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado en el palacio de la Moncloa, siendo entonces presidente Adolfo Suárez. Me decía el general --que creía que iba a gobernar pronto-- que, a su juicio, sería prudente esperar un cierto tiempo ("hasta que haya desaparecido la gente de mi generación", que estaba involucrada directamente en aquellos terribles acontecimientos) para no remover los rescoldos que permanecían vivos bajo las cenizas. Lo afirmaba sin pedir nada. Con la humildad y la categoría humana de persona tan notable.

Por eso los del PP, irritados por la desaparición del ecuestre caudillo, saben que, en los 80, se cumplieron 50 años del comienzo y del final de la guerra civil mientras estaba al frente del Gobierno y no quise abrir el debate histórico sobre lo ocurrido aunque la interpretación venía cargada por los "vencedores" hasta la náusea. Había pasado mucho tiempo --medio siglo-- aunque no tanto si tomamos la referencia de la muerte del dictador y las circunstancias de nuestra transición democrática. Aquellos rescoldos encendidos debajo de las cenizas me llevaron a sacrificar lo que hubiera sido de estricta justicia como revisión de ese periodo y sus consecuencias en pro del fortalecimiento de la convivencia democrática.

Ahora ya han desaparecido Gutiérrez Mellado y la mayor parte de la gente de su generación. Han pasado tres décadas desde la muerte de Franco y seis desde la guerra civil. Si fuera válido el argumento que me llevó a tomar decisiones prudentes por la proximidad de los acontecimientos y las dificultades para consolidar la convivencia democrática, resulta grotesco lo que ahora se dice sobre el hecho de que ha pasado demasiado tiempo. Pero es más grotesco que tengan que utilizarme para tapar sus vergüenzas.

Ustedes, que no vivieron aquellos tiempos aciagos, tienen legítimo derecho a discrepar de decisiones de esta naturaleza, pero no deberían utilizarme para criticar al Gobierno actual, contradiciendo sus propios actos en sede parlamentaria. Pueden estar seguros de que me siento libre para discrepar por mi cuenta del Gobierno, pero no es éste el caso, con mis razones y mi libertad de ciudadano sin un "jefe" que se lo impida.

Mientras tanto les deseo una pronta recuperación de sus traumas, para lo que es imprescindible que eviten pisar más cáscaras de plátano de la cuenta.

*Expresidente del Gobierno.