TEtn el juicio por los trajes, Ricardo Costa , antigua promesa del PP valenciano, ha lucido un Casio de plástico bien visible en la muñeca derecha. Tiene su ajilimójili la elección porque, en una de las grabaciones pinchadas (3 de noviembre del 2008), se escucha comentar a dos cabecillas de la trama Gürtel que el dirigente acababa de recibir como obsequio un peluco suizo de alta gama, un Franck Muller de acero, serie limitada, valorado en 20.000 euros. "Lo ha flipado Ricardo, claro- le han ajustado la correa y va como un niño". Durante la charla, El Bigotes asegura haber advertido al agasajado que ni se le ocurriera ponérselo en Valencia porque "es un cante de cojones".

Que Costa decidiera, pues, presentarse a declarar con un reloj de baratillo, de esos de bazar oriental, supone una inmensa tomadura de pelo al respetable o el síntoma de una soberbia mal disimulada. Y más bien, no sé por qué, me decanto por lo último; todos estos personajillos, protagonistas de las corrupciones que nos ocupan, parecen poseídos por la soberbia, la raíz misma del pecado, como advertían los curas en el colegio. Hombres altivos, que se creen por encima del resto de los mortales, pagados de su mismidad- Las grabaciones revelan que Francisco Camps , el expresidente valenciano, se desvivía, en un delirio de grandeza, por reunirse con Obama , mientras que el otro, el de los relojes, recibía un eficaz masaje de ego: "Tú serás el futuro presidente de este país", le lisonjeaba el capo del entramado. Puede que a Urdangarín le haya perdido el mismo endiosamiento, la misma convicción de creerse intocable. Presuntamente.

La criatura vanidosa suele quedarse sola, desfondada por su nada. En el libro Los siete pecados capitales , el filósofo Fernando Savater hace una finísima disección del soberbio. Dice: "Puede ser inteligente, pero no sabio; puede ser astuto, diabólicamente astuto quizá, pero siempre dejará tras sus fechorías cabos sueltos por los que se le podrá identificar".