Está siendo este un verano atípico, tan suave en temperaturas y con los políticos, normalmente de vacaciones, más activos que nunca. La semana pasada asistimos al inédito espectáculo de un congreso del PP que decidía por votación a su líder. Se impuso Pablo Casado, con un discurso de volver a las esencias del PP, frente a una Soraya Sáenz de Santamaría percibida como más moderada, aspirante a ser una Merkel española que le quitara votos a la izquierda. El primero habló mucho de la unidad de España, y la segunda de la unidad del PP. Además de usar el argumento de «Ahora una mujer», que ya no cuela (parece que no aprendió de los casos de Hillary Clinton o Susana Díaz), se había pasado las semanas anteriores pidiendo una lista unida pues sabía que tenía la batalla perdida de antemano después de que María Dolores de Cospedal se uniera al diputado por Ávila.

Ya el PP no podrá (o no debería) dar la lata con bobadas como la de que gobierne la lista más votada o asustarnos con «gobiernos Frankenstein», como llamaban a las coaliciones entre partidos que pactaban con quien fuera antes que con el PP. La más votada en primera vuelta fue Soraya, y todos los perdedores se aliaron para que no ganara en la segunda. Así pues, el presumido Casado es un «presidente Frankenstein». Otra cosa sería si se hubiera preguntado a los potenciales votantes del PP, de los que los militantes son una ínfima minoría. Una encuesta pocos días antes decía que el 60 % prefería a Soraya como presidenta y menos del 30 % a Casado.

Acostumbrado a asistir a las divisiones en la izquierda, frente a la unión monolítica en la derecha (o sea, a la democracia en la primera y la falta de ella en la segunda) ha sido reconfortante comprobar cómo en la derecha también saben zurrarse y jugar sucio. Y aleccionador el episodio de los vídeos: todo giraba en torno a quién podía regenerar el partido. Adoptar ese discurso es la mayor derrota del PP: si había que regenerarlo, es porque había degenerado, y una generación nueva había de regenerarlo. Por eso también Soraya no podía ganar: percibida como la gran visir del sultán Rajoy, era poco creíble que fuera a renovar mucho.

Casado, si no regenera, al menos rejuvenece al PP, y con 37 años es hasta más joven que Albert Rivera, que de hecho es el principal perdedor (y ya van dos veces este verano) de estas primarias: Si se trata de envolverse en la bandera o de bajar impuestos a los ricos, Casado no le va a la zaga al de Ciudadanos, que a la larga volverá a sus orígenes y tendrá que conformarse con tener un partido de ámbito catalán.

Supe que Soraya iba a perder seguro cuando vi las fotos de la noche anterior al congreso. De un lado, ella rodeada de sus adláteres en la sede de Génova, en mangas de camisa y con unas pizzas del Telepizza. Del otro, Casado de etiqueta posando con los suyos (Margallo a su diestra, Cospedal a su siniestra), en el asador vasco Ai Jalai, junto al Paseo de la Castellana. Para colmo, luego supimos que lo de las pizzas era un montaje, y que Soraya se fue a cenar de verdad en un selecto italiano. Lo que sorprende es hasta qué punto la vallisoletana ignoraba la psique de los militantes del PP. Entre cenar a lo cutre unas pizzas con coca cola, como unos niñatos de Podemos, y una cena de caballeros con unos buenos solomillos, ¿con quién iban a sentirse más identificados?