El levantamiento parcial del secreto del sumario del caso Gürtel decidido ayer por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid ha aportado, como se preveía, una cascada de datos que permite afirmar que este asunto de corrupción política ha dejado de ser algo circunscrito a algunos sectores --desde el punto de vista organizativo o territorial-- del Partido Popular para adquirir una dimensión que afecta al principal partido de la oposición en su conjunto. También como lamentablemente se preveía, la reacción de Mariano Rajoy al aldabonazo ha sido llamar a los militantes del partido a "olvidarse" de esas "dificultades" del PP.

Tarde o temprano, Rajoy y su equipo deberán afrontar sus responsabilidades políticas en el caso, y cuanto más tiempo transcurra sin que den una respuesta contundente contra las personas de su partido que aparecen meridianamente implicadas en la corrupción, peor. El candidato a presidente del Gobierno no puede permitirse --para no poner en riesgo su aspiración, pero sobre todo por decencia democrática-- que crezca la sospecha de que no actúa como debería porque quienes resultarían perjudicados por un gesto de autoridad suyo le podrían a su vez perjudicar a él. "Nos apoyanos todos (en el PP), y esto es muy bonito", dijo el lunes uno de los principales protagonistas de este asunto, el presidente valenciano, Francisco Camps, en una manifestación que suena más a omertà que a candoroso canto a la unidad del partido.

En las investigaciones judiciales del caso Gürtel conocidas ayer aparecen, porque los citan los principales implicados, nombres como Alejandro Agag, yerno de José María Aznar, o Francisco Alvarez-Cascos. Evidentemente, nada concluyente en su contra supone eso, pero sí un dato tremendamente significativo de que quienes movían los hilos de la red corrupta no eran gente de poca monta y limitadas perspectivas.

Sí, en cambio, sabemos ya que en su desvergüenza llegaron a hacer ostentación, aunque fuera internamente, de su condición mafiosa. Así, Francisco Correa, el presunto cerebro de la trama, quiso figurar como "don Vito" en las anotaciones de la caja B de las empresas en las que se sustentaba la red. No menos zafio es que Correa y Alvaro Pérez, el Bigotes, quisieran que la sastrería que hizo trajes a Camps emitiese facturas por productos como cristalerías o mantelerías. Una desfachatez que movería a risa si no fuera porque la corrupción es probablemente el peor mal para la democracia.