Me encuentro horrorizado con el incidente ocurrido al profesor Neira, que al recriminar su actitud a un presunto maltratador, fue apaleado hasta quedar en coma, debatiéndose entre la vida y la muerte. Y lo estoy, porque yo me salvé del coma por los pelos en un lance parecido. Hace unos meses, un individuo decidió que mientras se tomaba unas copas en un bar, nadie saldría de un garaje del edificio donde vivo, taponando con su vehículo la salida. Además de algunos vecinos que tenían que entrar y salir y no pudieron hacerlo, coincidió que un niño ingirió accidentalmente lavavajillas, no pudiendo ser evacuado "gracias" a que la salida estaba obstruida por el coche del individuo en cuestión. Aparte el hecho de que después se supo que este hombre era un empleado municipal, encargado de garantizar la seguridad y respetar las ordenanzas, lo cual hizo a su modo, estacionando en línea amarilla continua (artículo 171 del Reglamento General de Circulación) y oponiéndose a que se retirara su vehículo a pesar de ser requerido, de tener constancia de la urgencia a través de la ventana desde donde observaba a sus "víctimas", prometiendo volver al día siguiente a continuar con su fechoría; al ser recriminado por mí y por algunos vecinos más, decidió continuar con su labor de "protección ciudadana" reteniéndome por la fuerza, zarandeándome, obstruyéndome el paso, humillándome ante mis vecinos y familiares, empujando a mi mujer en mi presencia, entrando en el portal de mi casa para hacerme una llave de judo inmovilizadora que me dejó al borde del infarto, infarto que no se produjo gracias a que medio llorando y con síntomas de asfixia y taquicardias, le supliqué que me soltara. Este señor, como digo, empleado municipal (policía local), que cobra de mis impuestos ha tenido la suerte de que el profesor Neira por un hecho similar se debate entre la vida y la muerte y su agresor se encuentra en prisión; mientras que yo me debato entre la depresión y la angustia y él continúa en las calles con una pistola al cinto. A pesar de todo, estoy seguro que el señor Neira volvería a mediar, al igual que yo, ante hechos en que el presuntamente poderoso arremete contra el débil, sean cuales sean las consecuencias para nuestra integridad física o mental. Otra cosa sería una cobardía.

Ramón Gordillo **

Cáceres