TDtesde ayer, el rey Felipe se preguntará si se equivocó al incriminar a su hermana Cristina de Borbón como parte implicada en los delitos que ahora se juzgan por el 'caso Nóos', no siendo precisamente delitos de amor, o de enamorada, según la defensa, sino de corrupción. Para la incriminación, al rey le bastó con retirarle el título de duquesa de Palma, como se recordará, a través de un Real Decreto que se convirtió en el primer Real Decreto en 140 caracteres, casi un tuit: "He resuelto revocar...".

Evidentemente, el que el rey reconociera así implícitamente que su hermana era culpable (¿por qué no hubo lugar a la renuncia, que al parecer se formalizó, o incluso a la dimisión, que podría haberse pactado?) no fue sino para hacer una demostración de reinado, en el sentido de que el único modo de reinar es mediante gestos públicos que sostengan la popularidad, sobre todo desde que la monarquía, tras Bostwana, andaba bastante despopularizada. No en otra cosa consiste reinar, después de todo: en que cada gesto y cada acto se dirija al pueblo, para su satisfacción. Lo reconocía el rey Felipe el día de su proclamación: "Buscar la cercanía de los ciudadanos, ganarse su aprecio, su respeto y su confianza". Sólo así se explica que el rey optara por ejecutar contra su hermana una decisión más simbólica que ejemplarizante, consciente de que la destitución o revocación carece de consecuencias penales.

Ahora bien, si Cristina de Borbón lo hizo todo por amor, según el argumento de la defensa, y si es verdad que su marido difícilmente podrá eludir la prisión, ¿para qué querría ella la libertad? Es decir, ¿para que habría de querer los beneficios de la 'doctrina Botín', si no habría mejor demostración de amor que renunciar a ellos? La renuncia, además, evitaría dejar en evidencia al rey, que quizá nunca consideró que su hermana fuera culpable pero le negó la presunción de inocencia, y que ahora, ante la posibilidad de que sea absuelta, se pregunta si la revocación del título es asimismo revocable, si Cristina de Borbón podrá volver a ser duquesa.

Desde ayer, el rey Felipe se pregunta: ¿y majestad?