El Comité de Competición de la Federación Española de Fútbol decidió ayer dar por acabado el partido que el sábado disputaban Betis y Athletic en el estadio Ruiz de Lopera de Sevilla cuando, con un resultado de 1-2, un incívico personaje lanzó una botella llena de agua contra el portero del equipo vasco y le produjo una seria lesión junto a un ojo. Además, el comité castiga al Betis con el cierre de su estadio dos jornadas y multa de 9.000 euros. La pregunta es si este castigo es ajustado a la gravedad de los hechos.

Para responder a esa cuestión hay que considerar, en primer lugar, que en el estadio del Betis se produjo un hecho similar hace un año, cuando otro energúmeno lanzó una botella que dejó inconsciente al entonces entrenador del Sevilla, Juande Ramos. El club verdiblanco es, pues, reincidente. Ahora bien, algo debe pesar que el autor de la agresión del sábado a Armando, portero del Athletic, fuera inmediatamente identificado y detenido, con la diligente colaboración de los empleados del club.

La eterna pregunta ante sucesos de este tipo es hasta qué punto debe un club pagar los platos rotos por la acción individual de un desaprensivo que esgrime como arma arrojadiza una botella de agua. ¿Habrá que prohibir también la venta de botellas de plástico en los campos de fútbol? ¿Habrá que vallar completamente los estadios para que nadie pueda lanzar objetos al terreno de juego? Es deprimente pensar que un espectáculo deportivo pueda acabar convertido en un acontecimiento de alto riesgo donde la seguridad es esencial. Al parecer, como dice el tópico, el fútbol es así.