Tenía planes para el domingo pasado. Llevaba semanas intentando cuadrar un café con una amiga que vive a una hora escasa en coche. La primera vez fue ella la que tuvo que posponer el encuentro; la última he sido yo: un mensaje ha bastado para echar al traste lo que habría podido ser una tarde maravillosa arropada por la afinidad que nos une y la continuidad que queremos darle. Sin embargo, somos sujetos del rendimiento, en la terminología Byung-Chul Han, el filósofo alemán de origen coreano que se dio a conocer con La Sociedad del Cansancio y ahora publica un nuevo libro titulado Buen Entretenimiento que, por supuesto, no he tenido tiempo de leer.

En mi construcción de esta no-reseña debo aludir a una presión laboral que aprieta las tuercas hasta que desuellan los tornillos y a sí mismas, valga la metáfora industrial. A Han se le ha criticado su versión occidental del trabajo como máquina perforadora de cuerpos cuyo impulso proviene del cuerpo mismo, al que no le hace falta aceptar mandatos externos porque ha internalizado los mecanismos de subyugación, se acomoda a ellos y hasta los venera. El autor no se refiere a colectivos necesariamente subalternos, no especifica el género o la raza de estos sujetos sometidos, y ese ‘yo’ prácticamente universal despierta suspicacias en el mundo académico precisamente por sus alusiones directas a una clase media de países donde, en teoría, las bondades del llamado desarrollo deberían haber calado.

Han tiene sus defectos, pero su mayor virtud quizá sea la de atacar al ego mismo que decide cancelar cafés con amigos para atender asuntos laborales. La rueda gira imparable y, si bien es cierto que el motor que la propulsa es endógeno, también existen factores externos que contribuyen más o menos a esa decisión. Sobre este libro que desconozco extraigo algunos comentarios vertidos en los medios: «el ocio sólo sirve para descansar del trabajo», «el tiempo libre no es más que un tiempo vacío», en tanto que se erige en comparación al tiempo productivo.

hace unos siete u ocho años que comencé a perder los marcadores temporales que antes hacían de brújula y me dotaban del sentido de la orientación necesario como para saber qué lugar de la historia me correspondía: me refiero a las celebraciones de cumpleaños, a las pausas que se efectúan en coordinación con los otros muchas veces movidas por un afán festivo -Navidad, Semana Santa-, al respeto por el descanso manifiesto en ciertas culturas -los domingos las tiendas cierran, los hijos conllevan bajas de maternidad o paternidad, las lunas de miel existen-. Parte de la productividad incansable tiene que ver con la inadaptación a las costumbres de llegada en el exilio -Acción de Gracias-, y otra parte con la adaptación a las dinámicas económicas que demandan cada ápice de energía en pro de un proyecto más individual que comunitario que suele toparse con la precariedad como telón de fondo.

Remedios Zafra, en su libro El Entusiasmo, articula bien el engranaje de la sociedad del cansancio que Han construye, pero trasladándola a un escenario español donde quienes más sufren la autoexplotación típica de los sujetos del rendimiento son aquellos profesionales, en su mayoría jóvenes, atados a oficios creativos -la academia, la escritura y las artes, el periodismo- en los que la vocación se justifica con la falta de salario. Sin embargo, en sociedades como la norteamericana, esta adicción al trabajo atraviesa todas las profesiones. El sujeto universal de Han no existe, pero es lo bastante colectivo como para despertar identificaciones desde distintas coordenadas del espacio social. Gracias a Han he podido vincular lo que parecían síntomas aislados -agotamiento, ansiedad- con su contexto neoliberal, así como identificar el foco de opresión como parte viva de mí misma.

El café tendrá que esperar. Otras degustaciones lúdicas, incluyendo cervezas, carcajadas, alteraciones fortuitas de la rutina o incluso el mismo despliegue de la sexualidad, tendrán que esperar o abrirse paso en un calendario donde habitan múltiples competidores de forma que, cuando por fin hallan hueco, han perdido parte de su carácter ocioso, pues actúan como lo otro que corrobora y ensalza lo mismo. Esta columna también debe su redacción completa a los parámetros de la producción y reproducción sistemática. El trabajo, castigo divino, ahora es humano.

* Escritora