Aunque a la afición barcelonista le pueda doler, poco hay que alegar ante los dos partidos de cierre del Camp Nou decididos por el Comité de Competición. Si acaso, que la comparación con otros incidentes anteriores aconsejaría dejar la pena en la mitad. Y que la nocturnidad deliberada con que se tomó la decisión conlleva una dosis innecesaria de alevosía. Tampoco puede objetarse la apertura de un expediente al presidente del club por sus injustificables imputaciones a Luis Figo por el lanzamiento de objetos que sufrió. El infausto 23 de noviembre, un sector importante del público del Camp Nou enloqueció; se hizo evidente la negligencia en las medidas preventivas a las que el club estaba obligado, y las impresentables declaraciones de Gaspart le situaron al nivel de los protagonistas de los hechos.

La sanción tendrá razón de ser si se convierte en un precedente para que se actúe con la misma severidad ante casos igualmente bochornosos pero con menos presión mediática. Para que sanciones como la de anoche no sólo sirvan para certificar los tristes momentos que vive el club azulgrana sino, sobre todo, para que empiece de una vez el fin de la tolerancia de las actitudes violentas en el fútbol.