Ayer, en el cacereño IES Universidad Laboral ofreció una lectura de poemas José María Castrillón (Avilés, 1966). Lo presentó Javier Pérez Walias, poeta y profesor que, junto a José Manuel Fuentes, inició hace quince años en ese centro unas lecturas de poetas invitados, de los que se editaban unos pequeños pero primorosos «Cuadernos del Boreal»; tradición felizmente recuperada.

La obra de Castrillón ha seguido un camino desde la contemplación (de la ciudad, los padres o la mujer amada) hacia la introspección y la reflexión sobre el lenguaje, esa «vieja munición», como titulaba uno de sus primeros libros, de las palabras heredadas. Oriundo de una ciudad portuaria, industrial y metalúrgica, relaciona su trabajo con las palabras con el del herrero, aunque sin la seguridad de este, pues quizá lo más auténtico nuestro sea lo que quisimos desechar. Así, en «Deuda y retrato» situado al final de El círculo y la piedra (2005), reconoce: «ahora sé dónde buscarme // entre las limaduras / que sobran de grabar cada palabra».

Ese libro estaba precedido de una cita de Paul Celan: «A cada cual la palabra que cantó para él y se petrificó», verso que procede de «Argumentum e silentio», que el poeta judío dedicara a René Char; uno de sus poemas más enigmáticos y donde se mezclan el reconocimiento y una cierta decepción hacia el poeta francés. En efecto, toda palabra puede petrificarse; todo autor, caer en la autocomplacencia: los aplausos, a veces, impiden oír nuestra voz más verdadera. El único antídoto contra ello es, como sabe Castrillón, trabajar con perseverancia y modestia en la propia obra, «reunir / las obediencias secretas de las cosas / hacerlas una / disponerlo todo para el presente / y alumbrar» o, como dice en «Tarea»: «metódico el silencio / y humilde el reposo / sobre sí mismo».

Ese refugiarse, acompañado de su familia, y sobre todo de sus hijos, aparece aún más nítido en su último poemario, gramos (2010), especialmente en el ciclo de «Escenas íntimas». Como dijera Ernesto García López, notable poeta y crítico, son «poemas breves que, sin embargo, acumulan una intensísima carga emocional. Se trata de una poesía que parece nacer del espacio más secreto, casi sordina, pero que enraíza el dolor y la fragilidad de lo vivo». En su poema «Balance», el poeta asturiano se ve como un «ingenuo agrimensor de lo perdido» y, con todo, es la memoria la que alimenta el fuego lírico. Al mismo tiempo, la dicción adquiere a veces un tono onírico e irracional nuevo en el autor, en poemas como «Un sueño» o «Canto en herencia».

En su último libro, Castrillón deja la palabra a otros. Subir al origen. Antología comentada de poesía no hispánica (1800-1941) es una recopilación especialmente necesaria. Mientras que el Quijote se lee en escuelas e institutos de todo el mundo, los españolitos pueden obtener el título de bachillerato sin haber leído una línea de Shakespeare y sin saber quién fue Kafka, que al parecer importa menos que saber quiénes fueron Delgado Valhondo o Gabriel y Galán. La antología de Castrillón es un inmejorable muestrario de 22 autores, desde Anna Ajmátova a Walt Whitman, pasando por Pessoa, traducidos por algunos de los mejores poetas españoles actuales, desde Eduardo Moga y Olvido García Valdés a Juan Andrés García Román. Un empeño que es un monumento de amor a la poesía, que ojalá resulte contagioso.