Haití sufre de forma inimaginable los efectos de la llamada tormenta perfecta. Las causas que han desembocado en esta tragedia brutal son conocidas y vienen de lejos, pero los últimos años se han agudizado. Se trata del país más pobre de América Latina y uno de los más pobres del mundo; un país eminentemente agrícola, pero que, de forma paradójica, depende de terceros para tener garantizada la alimentación. Además, los últimos años, debido a la crisis alimentaria, Haití ha visto cómo los precios de productos básicos --el arroz-- no han parado de subir. Haití se caracteriza por la inexistencia de políticas agrarias que mejoren las condiciones del campesino, y sufre las reglas del libre comercio que promueven los países ricos. Esto ha causado un desastre rural, la imposibilidad de miles de campesinos de poder sobrevivir en el campo. En pocos años, Haití ha pasado de tener excedentes de arroz a tener que importar el 80% de este cereal. Este es un país montañoso que tenía un gran patrimonio forestal, pero los bosques fueron devastados para vender la madera, y, donde había tierra para la agricultura, hay enormes monocultivos para ser convertidos en agrocombustibles. Como resultado, miles de familias campesinas se ven obligadas a emigrar a otros países, especialmente a la vecina República Dominicana, donde sobreviven como mano de obra barata. Los que no salen del país se van a la capital, Puerto Príncipe, pero allí no hay ni trabajo ni crecimiento económico para mantenerse; viven hacinados en barrios de pobreza, construidos en zonas muy vulnerables con materiales deficientes. Esto llevó a la población haitiana a un callejón sin salida, en el que irrumpió el terremoto.

Javier Guzmán **

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