La caza ha tenido siempre en mí sentimientos encontrados. Por una parte entiendo que es lo más atávico, lo más primitivo del ser humano. Sin embargo, convertir la muerte de animales salvajes en una afición no entra en mis esquemas mentales. Animales pacíficos, que no han hecho ningún daño son disparados como trofeo, en un afán de coleccionismo incomprensible.

Las redes sociales se han convertido en un espacio de escarnio para los cazadores más inhumanos. Es lo que le ha pasado a Tess Thompson Talley, una mujer de Kentucky que posa junto a su fusil y a una rara jirafa negra en un parque de Sudáfrica. Me ahorro los calificativos que los internautas regalan a la cazadora. Parece que el propio hecho de ser una mujer ha jugado en contra de ella, que en las redes se jacta del lance con la jirafa, a la que considera un regalo por sus oraciones, según explica en Facebook. Asegura que fue «bendecida» por conseguir 900 kilos de carne de jirafa.

Las redes tienen eso que se llama ‘efecto Lázaro’, ya que aunque el viaje a Sudáfrica fue en 2017, las imágenes de Tess posando con la jirafa muerta se han vuelto ‘virales’ a raíz de su difusión por un blog posterior. Los calificativos que le dedican son variopintos: «blanca salvaje», «prácticamente neardenthal», «dispara a una jirafa negra muy rara, gracias a la cortesía de la estupidez sudafricana».

Lo cierto es que Tess no ha hecho nada ilegal, pues la llamada ‘caza deportiva’ es practicada por miles de personas de todo el mundo que acuden a África dejando pingües beneficios en países cuya economía depende de este tipo de turismo. Tampoco le deseo lo que le sucedió a Melania Capitán, una cazadora bloguera que acabó suicidándose por las críticas que le vertían los animalistas en la red. Creo que debemos recapacitar para que ni el cazador pueda hacer lo que le de la gana ni los defensores de los animales ejercer una presión inhumana sobre ellos. Refrán: Perro de buena raza, hasta la muerte caza.

* Periodista