Vivimos en el siglo del conocimiento , que ya algunos empiezan a llamar el siglo de la ceguedad . Es escasa la capacidad del ser humano para digerir y no acumular toda la información que la sociedad pone hoy a nuestro alcance. La aceleración se ha trasladado a todos los aspectos de la vida e impide apreciar las cosas como son. Es, como si estuviéramos en uno de los estadios de cambio de civilización, que pasa por recuperar ese tiempo que nos permita pensar y reflexionar. Hay una ignorancia colectiva y popular, sutil, cultivada y asumida, donde los hombres ciegos se echan la culpa los unos a los otros. La humanidad necesita ser liberada de esa gran ceguera que salpicada, a veces, de ignorancia y maldad influye en los juicios, modos de comportarse y actitudes ante la verdad de la vida y del hombre.

Me he preguntado dónde está el ciego, me ha respondido la experiencia. Es el hombre que se ve torturado por su propia hambre y su propia sed. Cuando tiene hambre busca alimentos en cavernas oscuras y cuando tiene sed bebe hasta en las aguas muertas. El hombre que ve no pregunta al desnudo, dónde está tu vestido, ni al desamparado qué ha pasado en tu casa, sino que le ayuda a salir de su situación. Si buscamos el secreto de la ceguera lo encontraremos en el mismo corazón de la vida. De ahí la necesidad de sacar tiempo para pensar pues es más importante vivir del conocimiento que de la información.