Catedrático de Universidad

Primera reflexión: naturaleza, religión, historia. Tres palabras colocadas en el frontispicio de los valores patrios de hace unas décadas. Palabras pronunciadas por el hombre, con reflejo en una primacía, su propia primacía, en las relaciones (y regulaciones) de los diferentes grupos que integraban la sociedad de aquel entonces. Primacía ejercida, además, mediante un único sistema directriz de las voluntades colectivas, la dictadura, o despotismo de un solo hombre elevado a tal rango con la complicidad de muchos.

Segunda reflexión: hoy la cosa ha cambiado. De los valores absolutos, de los principios inmanentes en la tradición hispánica, de la fuerza de la historia, de los ideales acuñados en únicas doctrinas, de la inmutabilidad de las proclamas, hemos desembocado en un redescubrimiento de Einstein, a través de la teoría de la relatividad aplicada a los variopintos hechos sociales. Tal es la fuerza expansiva del cambio, que el individuo, hombre o mujer, ha adquirido (y ejerce) por sí mismo toda la autoridad para poder llegar a las conclusiones que le vengan en las ganas, conforme con su libertad y con lo que más le pueda interesar en el ejercicio de su voluntad individual. Y ¡ojo¡, tal ejercicio siempre termina triunfando (por más que se intente coartar desde el poder, con la censura, con la filtración interesada, o con la demagogia).

Tercera reflexión: ha bastado el despertar democrático de los 70; el descubrimiento de un sistema de derechos y libertades consagrados a nivel constitucional; la aceptación de las ideas políticas de los demás; el ejercicio del poder político de unos (los conservadores de derecha), y de otros (los progresistas de izquierda). Han bastado, con todo lo anterior, que hayan transcurridos apenas 25 años de historia democrática, en un nuevo estado con base aconfesional, y con una nueva naturaleza modelada con la mezcla de cada vez más culturas, para que esa voluntad individual sea capaz de abrirse paso a pesar de las oleicas marejadas producidas en las mentes de quienes no saben gobernar cuando les pintan en bastos.

Cuarta reflexión: son tantos los avatares públicos que se están sucediendo, con auténtico frenesí, en los últimos tiempos, que antes bien de descender a emitir juicio respecto de ellos (conforme a lo recién reflejado de la libertad personal), es preferible, por previo y prioritario, sentar una base general. Conclusión: vengo a sentar mi opinión sobre el "centro político" del gobierno de España. Bien a las claras creo apreciar la raíz sustentadora de tal ideología de nuevo cuño. La demagogia. Demagogia pura y dura, capaz de mucho con tal de que los propios planteamientos prevalezcan sobre los posibles argumentos de los demás. Expreso también confianza, íntimo deseo y hasta súplica a favor de que sigan por tal camino. Lo han emprendido con tanto empeño, están poniendo en su discurso oficial tantos medios humanos y materiales, están siendo tan contundentes en sacudirse las culpas, que cada día transcurrido, con cada nuevo periódico que sale al mercado, con las imágenes de televisión, incluidas las no conocidas por la censura previa del señor José Antonio Sánchez, a la sazón director general de RTVE, se hace más visible la verdadera cara de una ideología (supuesta) de nuevo cuño, desnudada por la realidad. Entre tantísimos ejemplos, fue genial el de aquel ciudadano en un acto público del PP con su grito de "no a la guerra". Aznar, impertérrito y también genial, diciéndole: "Los dos pensamos igual, los dos queremos la paz". Aplausos enfervorizados. A continuación, el ciudadano es expulsado de la convención pública.

Y digo yo, ¿por qué no expulsaron también a Aznar?