La Reina Doña Sofía estuvo ayer en Extremadura para que nadie pudiera contarle qué es eso de la floración de los cerezos en el valle del Jerte: quería verlo con sus propios ojos. Y lo vio, como no puede ser de otro modo, con los ojos asombrados, como una turista más, tomando fotos con su propia cámara a los árboles florecidos.

Doña Sofía no vino como Reina, vino como visitante común, como curiosa, para disfrutar de una jornada muy parecida a la que disfrutan quienes llegan al Jerte por el mismo motivo. Incluso había ideado que su escapada fuera privada, sin agenda oficial y sin comunicación a la Prensa; de ahí que llegara conduciendo su coche (precisamente tener que conducir le impidió probar los licores de cereza).

Ese punto de vista, el de una ciudadana, es el que más conviene a Extremadura para que el Cerezo en Flor alcance el estatus de fiesta de interés nacional. Porque, a partir de ahora, ese afán seguro que cuenta no solo con el apoyo de la Reina de España, sino con el de la ciudadana Sofía de Grecia, la que, sin protocolos ni obligaciones por su posición institucional, definió el paisaje que se extendía ante ella como "estampa maravillosa". Como lo que es.