Hoy se clausura en El Torno, en lo más alto del Valle del Jerte, la Fiesta del Cerezo en Flor, que se inauguró una semana antes en Casas del Castañar, aunque los cerezos ya llevaban florecidos unos cuantos días. Hace dos semanas estuve en El Torno. Seguimos el itinerario que dos conocedores del Valle, ambos placentinos, Salvador Vaquero y Javier Pérez Walias, me habían aconsejado. El primero, que organiza acampadas por el Valle, lleva mucho tiempo potenciando el turismo en la comarca. En cuanto al segundo, la naturaleza del Valle está muy presente en su poesía.

Temíamos, la verdad, aglomeraciones agobiantes en torno a los casi dos millones de cerezos que cubren de un manto blanco esas sierras sin nieve. Pero el Valle es lo suficientemente grande y, salvo en los miradores, había senderos de sobra para perderse entre cerezos. En lo alto del Torno, junto a la Fuente del Castaño, descansan las cenizas de Dulce Chacón. Cerca, el Mirador de la Memoria (o de los Muñecos, como lo conoce la gente del pueblo) que recuerda a las víctimas de la dictadura. Por ahí discurre una Ruta del Canchal del Maqui, de esos resistentes que José Herrera Petere retrató en Cumbres de Extremadura.

Por Casas del Castañar, Valdastillas, Piornal, Jerte, Navaconcejo o Cabezuela del Valle, cada pueblo ofrece vistas distintas de esos árboles como con vestidos de novia, flanqueados por castaños y cascadas. Recordé Cerezos en flor, maravillosa película de la alemana Doris Dörrie, aunque ahí los cerezos son los japoneses, mucho más conocidos. El hanami atrae a miles de turistas, que celebran a la vez que meditan la belleza de lo efímero; hay agencias de viajes que ofrecen paquetes de dos semanas para visitar Japón durante ese periodo. No es comparable el cerezo del Jerte, claro, aunque abastezca de cerezas a media Europa.

Uno tiene la impresión de que este turismo, como suele pasar en Extremadura, deja menos dinero del que debiera. Los turistas patean gratuitamente los cerezales y se hacen miles de fotos frente a los árboles. Cuando ya se han cansado, cogen el coche y vuelven a la ciudad. También es cierto que, como decían mis amigos placentinos, la gente del Valle parece tener poco sentido comercial y cierto desdén por el buen servicio. Ese sábado acudimos a un mesón del que nos habían recomendado su cochinillo al ajillo; previsores en exceso, y con hambre por el madrugón, llegamos a la una del mediodía. La cocina no abría hasta la una y media y claro, a partir de las dos, el restaurante abarrotado. En otros sitios, lo lógico sería, en esos días de tanta clientela, abrir algo más temprano.

Lo mismo con sus productos. Piornal o Cabezuela tienen unos chorizos ibéricos increíbles, pero uno tiene que buscarlos, y un sábado por la tarde encontrará las tiendas cerradas, no digamos un domingo. En Zarza de Granadilla se produce Cerex, cerveza con variedades de bellota y cereza que ha recibido múltiples galardones; sus creadores inventaron una ginebra, Spirito Vetton Cereza, que este año ha recibido en Londres el premio a la mejor ginebra aromatizada del mundo. No se trata, como ocurre en ciertos países, de acosar al turista con la mercancía en ristre, pero cualquiera que pusiera un puestecillo de gastronomía local (longanizas, quesos, bebidas) en alguno de los miradores llenos de turistas podría ganar en un sábado más que en varias semanas.