Periodista

Las empresas se inauguran, crecen y se cierran de acuerdo con su espiral lógica de productividad y beneficios.

Parece como si las razones de la economía pertenecieran a un orden inmutable, indiscutible y ajeno al dominio de la voluntad humana. El capitalismo escribe sus valses liberales y si no le gusta cómo los tocan, despide a la orquesta y se va a otra parte a contratar otros músicos. El mundo es un pequeño mercado lleno de esclavos dispuestos a liberarse por un dólar diario.

Cierran, pagan alguna factura y se van. Pero dejan una estela de dolor personal y de frustración civil que no aparecerá en su obscena contabilidad. Erich Fromm se preguntaba: "¿Tenemos que producir seres humanos enfermos para tener una economía sana?". ¿Hasta cuándo?