Ocurrió hace casi dos años en Birmania, durante la revuelta del azafrán, y ha vuelto a pasar ahora en Irán. Las dictaduras o las teocracias, valga la redundancia, temen la libertad de expresión, y una de sus primeras medidas cuando hay conflictos consiste en impedir el trabajo de los periodistas. El régimen de los ayatolás ha prohibido a los enviados especiales salir a las calles para informar de lo que ven y ha anunciado la anulación de todas las acreditaciones y permisos de trabajo, que necesitarán a partir de ahora una autorización expresa. Además, los periodistas extranjeros deberán abandonar el país en cuanto caduquen sus visados, lo que ocurrirá en pocos días. Pero si habitualmente este tipo de censura puede ser, aunque con dificultades, sorteada, mucho más puede serlo en la época de internet. Los iranís han comenzado a grabar imágenes en sus teléfonos móviles de actos de represión que llegan luego a las televisiones internacionales o son colgadas en la propia red. Imágenes de civiles disparando contra manifestantes o de jóvenes partidarios del reformista Musavi enfrentándose a la policía. Pero, además, internet sirve en una situación de conflicto para organizar las protestas, y así está ocurriendo en Irán, donde los opositores lanzan consignas y montan citas a través de las redes sociales Facebook o Twitter. Este cerrojazo informativo casa mal con la intención del Consejo de Guardianes de la revolución islámica de recontar los votos, un gesto de cara a la galería destinado más a intentar desactivar la revuelta que a reparar la justicia electoral.