Claro que decir que un presidente del Gobierno no puede comprarse un chalé en la playa es puritita demagogia. Casi tanta como escandalizarse porque no sabe cuánto cuesta un café. Nos pasamos la vida en estas bobadas, y desatendemos los grandes agujeros de un Gobierno que tiene importantes vías de agua, comenzando por el suelo que sustenta al gran timonel. Pero no es eso lo que ahora me interesaba, sino la parte urbanística (antiurbanística) del asunto.

Que la familia Zapatero se compre una casa --nada lujosa, por cierto, en comparación con los casoplones que se han hecho en Pozuelo otros expresidentes-- allá por Almería me parece hasta saludable. A lo mejor dejan de ir a La Mareta y a Doñana, y las vacaciones presidenciales nos cuestan algo --algo-- más baratas. Que se la compre junto a una playa nudista, pues eso: que muy bien. Señal de que la zona está poco transitada. Que esa zona sea inundable, como nos han revelado ahora algunos medios, empieza a demostrar el carácter rapaz de nuestros constructores y el escaso nivel de exigencia de nuestros consumidores, o sea, de nosotros mismos y del propio presidente, que es uno de nosotros. Que se haya comprado la choza en una zona ya casi exparadisíaca nos habla más de lo mismo: de que aquí ya no nos queda ni un metro de costa medianamente decente. Porque, por lo visto, existen ambiciosos --nunca mejor dicho-- planes para enladrillar abundantemente los alrededores de la urbanización presidencial.

¿Sabía el ciudadano Rodríguez Zapatero que las condiciones del entorno donde pensaba comprar su inmueble iban a variar bastante, cosa que les ha ocurrido, para su desgracia, a tantos miles de españoles? ¿Lo sabía el presidente Rodríguez Zapatero? Yo diría que tampoco. Desde luego, tráfico de influencias no parece haber habido, no. Pero este paraíso también se ha perdido, con o sin inquilino presidencial disfrutando del mar en la zona. Otro paraíso perdido.