Sobre «puntos ciegos» en la «sociedad del conocimiento» nos hablaba el catedrático Fernando Broncano, este pasado sábado, en la clausura de las XIII Jornadas de Filosofía ‘Paradoxa’. El mundo contemporáneo -nos recordaba- se instituye sobre una administración desigual del saber -y el poder-, generado, distribuido y rentabilizado hoy por corporaciones (Google, Microsoft...) y oligopolios económicos y políticos que, libres de todo control democrático, dominan los medios de información (y por tanto, y en gran medida, la gestión gubernamental), la recreación del imaginario colectivo (a través de la industria del entretenimiento), la investigación científica (cada vez más privatizada), o las redes de comunicación y procesamiento de datos de las que depende nuestra interacción con el mundo.

¿Algo nuevo bajo el sol? Para nada. Hasta el punto de que uno llega a pensar que sin esa disposición asimétrica de la relación con el conocimiento (y las jerarquías sociales que la fundan y continúan) no hay sociedad que valga, al menos, entre las que nos es dado conocer. Y podemos recordar a este respecto las interesantes teorías del arqueólogo David Lewis-Williams acerca del origen del «arte» rupestre (equivalente al estadio mitológico del conocimiento) y de la organización político-religiosa en las primeras comunidades plenamente humanas durante el paleolítico superior.

La tesis principal de Lewis-Williams es que el arte paleolítico es el fruto del proceso de «normalización» simbólica del abigarrado mundo de imágenes que constituye la conciencia humana, sobre todo en aquellos estados que Lewis-Williams llama «autistas» (estados hipnagógicos, sueños, alucinaciones inducidas). Esta normalización comprende la creación de un «lenguaje» (signos geométricos, animales totémicos...) en el que articular esas «visiones» como manifestaciones de un mundo espiritual capaz de explicar los misterios de la vida y la muerte. La ritualización de esos estados de conciencia visionarios -en cuevas que representaban y propiciaban en sí mismas la odisea espiritual del vidente- y la materialización codificada de los mismos en forma de representaciones plásticas con las que cabía una relación igualmente ritual -en búsqueda de seguridad, poder o conocimientos- no debe estar muy lejos de lo que sea el origen de la religión. Y no solo de ella.

Sabemos que gran parte del éxito de nuestra especie se debe a la capacidad para articular las energías individuales en estructuras de cooperación social cada vez más amplias, tanto en el tiempo como en el espacio. La condición formal para esta expansión de la vida social serían nuestra extraordinaria memoria y lenguaje (la capacidad de desplazamiento simbólico más allá del aquí y el ahora -y de nuestro punto de vista, para poder penetrar la mente de otros-). Pero la condición material es, sin duda, la generación de un patrimonio compartido de significados acerca del origen y el sentido del orden comunitario, de su prevalencia sobre los intereses individuales, del dominio del entorno, y de la estructura espiritual que lo legitimara todo en el contexto de una concepción cosmológica integral. Una legitimación del orden social que se da desde el momento -indica Lewis-Williams- en que la propia generación de significados o conocimientos (la mitología plasmada en las cuevas y objetos artísticos paleolíticos) recae no en todos -democráticamente- sino en una élite de chamanes o especialistas religiosos, conocedores de los procesos crípticos de generación de imágenes, y que, aliados (o detentadores ellos mismos) del poder político, convierten al resto de la población en un conjunto subordinado de «fieles».

No sé si se han dado cuenta, pero es probable que no hayamos salido aún de esa caverna -la misma que imaginaba Platón- en la que poderosos chamanes-artistas crean imágenes para la multitud. Los chamanes son, hoy, aquellos que con sus misteriosos algoritmos, sus secretas patentes y proyectos de investigación, o su masiva irradiación de representaciones, pasan por encima de nuestras cabezas haciéndonos confundir la sombra (de sus intereses) con la luz de un conocimiento compartido y sustentador de sentido.