Desde que concluyera el recuento de los votos emitidos durante la jornada electoral del pasado domingo, ha habido tiempo y espacio para todo tipo de análisis sobre los resultados que arrojaron las urnas. Todo aquel que ha emitido un juicio a este propósito, ha leído unos datos numéricos --concretos, desapasionados e inalterables-- y los ha pasado por el tamiz de la subjetividad.

En la medida en que la interpretación emana de la reflexión humana, es imperfecta, tendenciosa y partidista. Porque el ser humano tiene, por su mera condición natural, filias y fobias, apetencias y aversiones. Y, por empeño que le ponga a la tarea de la imparcialidad, jamás conquistará la abstracción necesaria para leer cualquier texto sin mancharlo de personalismo. Esto no es ni bueno, ni malo. Es, sencillamente, así. Y más aún si se refiere a un tema a veces tan poco racional --y, al tiempo, tan visceral-- como el de la política... Por tanto, antes de otorgar credibilidad a cualquier análisis de los resultados del domingo, es recomendable examinar las credenciales de quien escribe --o habla-- sobre el tema. Así pues, pongan en duda lo que lean a continuación, porque el que escribe es tan humano e imperfecto como el que más. Una vez hecha esta salvedad, y con todas las precauciones, no quiero dejar de ofrecerles mi visión acerca de las causas del sorpresivo resultado electoral del domingo. Porque creo que la explicación es más sencilla de lo que se ha estado planteando.

Cada ciudadano (mayor de edad, con nacionalidad española, y en pleno uso de sus facultades mentales) tiene derecho a emitir un voto. Su derecho y su voto son personales e intransferibles. Y el ciudadano ejerce ese derecho como le place: yendo a votar por alguna de las opciones partidistas, o ejerciendo la protesta con la abstención, con un voto nulo o en blanco. Bien, pues esa es la causa principal de los resultados: que vota un individuo, que sólo puede votar una vez, que tiene derecho al voto quien vive en la urbe y quien lo hace en el pueblo, quien trabaja y quien está parado, quien desarrolla una profesión u otra... Es decir: que disfrutamos de un sistema democrático. Y esto, que parece obvio, hubo quien no lo valoró. Porque las redes sociales y las encuestas pueden estar muy bien para testar determinadas tendencias, pero siempre planean sobre el terreno de la virtualidad. Y el mundo real, a veces, es muy diferente del que se muestra en una pantalla o al otro lado de un teléfono. Por eso, ahora ya nadie se ríe de quien hablaba con un campo de alcachofas a las espaldas.