Mientras escribo estas líneas llueve, por fin, la sensación de frío y humedad que tengo ahora mismo es la adecuada para la estación del año en la que estamos, y aunque hayamos dejado las chanclas hace dos días ya estoy pensando en chimenea, suele encenderse en el pueblo por primera vez en el día de todos los santos; la normalidad de las cosas cotidianas, valga esta especie de redundancia, es casi un acto de esperanza que indica que todo va bien. Sin embargo, la actual situación nos permite pocos pensamientos así, nuestros ojos permanecen fijos en la barbarie callejera que está atacando Cataluña, donde los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado están haciendo una labor extraordinaria defendiendo la Constitución y la legalidad, un hecho que hace más vigente que nunca las palabras pronunciadas por J.F. Kennedy en 1962 y que se están popularizando a través de un vídeo que estos días circula por las redes: «Si este país llegara al punto en que cualquier hombre o grupo de hombres por la fuerza o la amenaza de la fuerza pudiera desafiar largamente los mandamientos de nuestra corte y nuestra Constitución, entonces ninguna ley estaría libre de duda, ningún juez estaría seguro de su mandato, y ningún ciudadano estaría a salvo de sus vecinos».

Y con los ojos puestos en esa Cataluña, viendo una y otra vez las imágenes, pasaba desapercibido un chico muy joven montado en una bicicleta. Sorteaba los obstáculos, a los manifestantes, a los cuerpos de seguridad. Él, seguramente, no estaba pensando en nada de eso: en la Constitución, en la legalidad… su preocupación se dedicaría a entregar la comida de alguien, que, en mitad de los enfrentamientos en la calle, se le ocurrió hacer un pedido para entregar en su domicilio ¿qué le importaría como llegaría o las consecuencias que eso tendría para quien se lo llevase? Incluso ni siquiera lo pensó. Su apetito y su imposibilidad de ir a algún lugar primó. Resulta egoísta, ¿verdad? Pero nadie vio a ese chico, no lo vimos, fue la cámara de Carlos Garfella quien lo captó, con ella abrimos los ojos a la autentica realidad. Garfella reconocía posteriormente que «después de hacerla tendría que haberme olvidado de los porrazos y botellazos. Parar y preguntarle al chaval qué edad tiene, cuánto gana al mes y sobre todo qué piso del Eixample le ha hecho un pedido mientras ardía el centro de Barcelona».

Sí, no podemos olvidar que existe un día a día que necesita atención, hay muchos problemas que resolver, muchos ciudadanos y ciudadanas que requieren que la política les asista, en cambio, en esa Cataluña, en esas calles, el gobierno independentista permanece impávido, ciego, ante todo ello, pero ¿qué esperar de quien quiere independizarse porque no cree en la solidaridad y la cohesión territorial? Solo espero eso: egoísmo y ceguera.

*Filóloga y diputada del PSOE.