TLtos que nos dedicamos a la enseñanza de adolescentes, a veces experimentamos la desesperación --a lo pequeño-- de lo que sintió Simón Bolívar cuando sus sueños se le desmoronaban y no logró la gran unión iberoamericana que pretendía. "He arado en el mar", decía en su interna derrota. Sin embargo, ni él ni nadie lo pudo, lo puede dar todo por perdido.

Ninguno ha de darse por vencido y más en ese fatigarse y renacer de cada día que es el trabajo siempre generoso en nuevas oportunidades: formación de nuestros jóvenes.

Acabo de ver la película Los chicos del coro . Como tantas otras (¡y con cuánta delicadeza, cuánta poesía en su ritmo, su tiempo, su ambiente, sus diálogos!) trata el tema de los niños difíciles. De aquellos que han visto su vida zarandeada por la soledad y el desamor, y son internados entre la fría cerrazón de las cancelas, los muros y el estilete de los prejuicios, más un fondo helado de desprecio.

Basta con que un hombre sensible, un vigilante minusvalorado como ellos, los trate con respeto y les inculque el sentimiento de su propia dignidad y su valía, para que todo se transforme; para que salga de cada chico la bondad natural que no ha sido sajada con estiletes cargados --¡en cuántas ocasiones inconscientemente!-- de veneno.

Cuando, a veces, siento que el desánimo me acecha y la frase de Bolívar me ata y domina, leo al azar frases de un libro-tesoro que todo educador debería tener siempre a mano: Carta a una maestra , de los alumnos de la escuela de Barbiana, dirigida por Lorenzo Milani : denuncia de la desigualdad, del clasismo, de todo fatalismo, y canto de esperanza en el progreso individual y colectivo. Un clásico de los años sesenta del pasado siglo.

Ahora, con otros pocos libros y películas de parecida consistencia, uno Los chicos del coro a la noble familia de las obras que a todo formador les impide caer en la indiferencia, el derrotismo o la apatía.

*Historiador y concejal socialistaen el Ayuntamiento de Badajoz