Parece ser que unos chicos de Torrorgaz, pueblo próximo a la ciudad cacereña aspirante a ser Capital Cultural Europea 2016, han abandonado a una burra de unos veinte años después de sacarla de su recinto para, atada con una soga a una parada de autobús, y golpeada y vejada, hallarla moribunda y morir finalmente reventada y luego dar parte del suceso incalificable a sus autoridades. Parece ser que unos chicos como esos chicos de Torreorgaz regresaron a sus aulas para continuar sus vidas adolescentes. Todo parecía, pues, seguir igual tras esas noches de fiestas habituales de dudosas costumbres hechas con nocturnidad y alevosía, aunque, finalmente, tales excesos --esta vez-- han sido descubiertos. No vale la pena hablar tanto de tales muchachos. Pobres muchachos y pobres hábitos con semejante pobreza moral, social y ética. Y en el siglo veintiuno, y ellos sin enterarse.

Habría mejor que decir algo de un libro que con certeza no habrán leído ni leerán probablemente nunca. Platero y yo , del poeta Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel en 1956. Datos casi ignorados con seguridad por unos chicos como esos chicos de Torreorgaz. Habría que decir algo de un cuidador de los burros de Malpartida de Cáceres, Satour burrinos, hembras, machos y crías que nacen y crecen a su vera, preparados para hacer excursiones, conocer los Barruecos, con personal cualificado y fines terapéuticos con niños con problemas en un entorno de una belleza incuestionable.

Asunto éste que ¡también desconocerán esos chicos de Torreorgaz.

Que lean, que comprendan, que piensen, que sientan, y, si pueden, que lloren. Dos lágrimas nada más. Una, por ellos mismos, y la otra por ella, a la que fueron a buscar a su finca y que falleció violentamente. Pero no por ser una burra vieja.

M. Francisca Ruano **

Cáceres