Alguien escribió en Facebook la semana pasada que lo ocurrido con la periodista de Telecinco a la que acosaron y agredieron en Barcelona durante una protesta de los independentistas es puro facismo. Que hasta el último minuto Torra y su pandilla no hayan aceptado retirar, por orden judicial, los lazos amarillos me parece pura provocación. Así vamos en nuestra querida España, donde empieza a abundar la insana costumbre de saltarse las reglas que, gracias a la Constitución, nos hemos dado para asegurar nuestra convivencia en sociedad. Pero como no es recomendable para la salud empezar a cabrearse nada más empezar la semana, voy a sugerirles que convirtamos en Cáceres como punto obligado de visita turísitica las famosas escaleras de Alzapiernas, donde el despropósito va en aumento. Qué bonito sería participar en una colección de selfies con una obra que pasará a la historia de la capital cacereña como uno de los mayores desastres de gestión que nuestros políticos hicieron de la cosa pública. Medio millón de euros. Todavía estamos esperando a que alguien asuma la responsabilidad. Como siempre, vamos.

Entiéndanme que me lo tome a broma porque, de otra forma, habría que pedir cita ya en el psiquiatra para no caer en depresión ante tanto motivo para inventarse un monólogo. Para que luego digan que las televisiones no tienen motivos para dotarse de contenidos… Da igual que mires a la actualidad nacional o local. Siempre encuentras algún reclamo de lo que no debería ser anormal, pero que termina siéndolo por obra y gracia del ser humano. Hace unos días recordaba, como si el día de la marmota hubiera vuelto, el cansancio que provoca ver de nuevo a los políticos de mitin en mitin. Hartazgo, diría yo. ¿De qué vale otra vez ver auditorios llenos de banderas cuando los problemas del país no parecen arreglarse? Sinceramente: aburren los culebrones y entretienen las series, pero lo peor es perder la pasión por sentarse a verlos. Es una pena contarlo así, pero estamos otra vez ante la España más genuina, esa que improvisa e improvisa. ¿Hasta cuándo?