TTtodo el mundo alaba y halaga la Iglesia de la monja que reparte chocolate caliente y preservativos a las prostitutas en la Casa de Campo de Madrid; la de los misioneros que se dejan la vida en el Mato Grosso brasileño defendiendo a los jornaleros y la que en Zamboanga defiende mi amigo Angel Calvo, claretiano, luchando para conseguir el acercamiento entre católicos y musulmanes. Luego está otra Iglesia que descuida el acercamiento de las creencias, que en lugar de atraer por la brillantez de su doctrina, pretende imponerla, que trabaja denodadamente por mantener los privilegios adquiridos en épocas turbias, que no se esfuerza por atraer al ábside de la Almudena a las iglesias que también perdieron sus miembros en la masacre de Atocha para ejemplarizar con un abrazo ecuménico la necesidad de fraternidad que la gente demanda.

No creo en las campañas antiiglesia y sí en la percepción de que la acción no sigue a la doctrina; en la apreciación de que los principios cristianos han sido desplazados por una "Iglesia espiritualmente huera, pero de organización formidable", en la creencia de que, en el dolor hay que estar juntos, y en la certeza de que en la fría noche madrileña, un tazón de chocolate caliente es todo un sacramento.

*Filólogo