Dramaturgo

Esto de ser ciudadano de primera tiene su aquel. Por si alguno de ustedes creía que por el mero hecho de pagar impuestos, votar en elecciones democráticas, jurar fidelidad a la bandera, aguantar a Urdaci o vivir en un Estado libre, tenían derecho a algo, se equivocaban. Me remito al trato que dice haber recibido el sacerdote J. Guerra, astrólogo por afición, cuando intentaba reclamar por teléfono sobre unas obras que molestaban a su anciana madre. Ejerciendo de ciudadano, llama por teléfono a la policía municipal pacense, y le dicen, según él, que eso son chuminadas como las que reclama siempre. Como siguió en su empeño, dice él que a la noche le llamó la voz del de las chuminadas y le amenazó. Habrá que escuchar las dos versiones, claro, y nadie, ni siquiera un sacerdote, está en posesión de la verdad porque para algo creemos en ese Estado de derecho y tal, pero me parece que el río suena porque está a punto de desbordarse. En todas las ciudades del mundo los ciudadanos achacan a su policía que multen más que atiendan, pero en pocas ciudades aplaude un teatro en pleno cuando un cómico dice que en la policía de su ciudad hay más elementos que fuera de ella. ¿Por qué?

Las chuminadas tipo "pongo una valla y cierro esta calle por mis güevos" o la de "hago la obra donde y cuando me da la gana", no son tales chuminadas. Un ciudadano, sea cura o peluquera, no tiene por qué escuchar las calificaciones a sus reclamaciones, sean chuminadas o no lo sean. A más de uno habría que pagarle un fin de semana en Londres para que vean cómo sonríen, controlan el tráfico, orientan a los turistas, persiguen a los ladrones y multan, los mejores policías municipales de Europa.