Fenómenos sociológicos como el de Barack Obama suelen ser excepcionales. Surgen muy de tarde en tarde, cuando nadie los espera, casi siempre por sorpresa o por casualidad, porque para producirse necesitan de la confluencia de una serie de circunstancias: que la persona adecuada esté en el momento oportuno y en el lugar preciso, solo entonces podemos hablar de un hallazgo único, de un acontecimiento irrepetible.

Como cuando cansados de transitar por una senda oscura, repetitiva y anodina, llena de hastío y de mediocridad, surge de pronto la figura mesiánica de un iluminado, alguien capaz de despertar la ilusión, de encarnar la frescura alternativa del cambio, de movilizar, con el coraje arrollador de la palabra, el entusiasmo de la multitud, de evocar el recuerdo de personajes legendarios de la talla del malogrado Jon F. Kennedy .

Esta clase de persona nace arropada por la fuerza del mito, no necesita demostrar experiencia alguna, ni ser portador de avales, ni de cartas de presentación, porque lleva esculpido en la frente el signo del liderazgo, la rebeldía antisistema de un regeneracionismo que nadie sabe bien en qué consiste, pero que está subliminalmente expresado en cada uno de sus mensajes, cuando anuncia un nuevo modelo de sociedad, cuando pretende acabar con los convencionalismos y estereotipos, con los sueños imperialistas, con los anacrónicos prejuicios raciales, sustituyendo la fuerza de las armas por la persuasión de la diplomacia, terminando con esa arrogancia obsesiva y belicosa de Bush .

XPERO ELx mérito de todo esto no es exclusivo de Obama, sino que ha de ser compartido con todos aquellos que han despertado del letargo anestesiante y conformista en el que estaban sumidos, cuando renunciando a la seguridad de unos postulados anclados en el pasado, han apostado por la incertidumbre y por el riesgo que comporta el tener que fiarse de un candidato trasgresor, perteneciente a una minoría racial que, además de constituir un enigma, está tocado por una ingenua candidez y por la rampante inexperiencia del novato. Pero el carisma hipnótico de Obama le hace estar por encima de estas circunstancias, porque ha sabido cabalgar sobre la plasticidad de un mensaje: "sí podemos", porque su oratoria conserva el desparpajo propio de quien sabe llegar hasta lo más hondo del corazón humano.

El senador de Illinois, ha encarnado y defendido unos postulados progresistas, en consonancia con el sector más izquierdista del partido demócrata. Sus mensajes han girado en torno a la creación de servicios públicos capaces de generar una mayor cohesión social, erradicar la pobreza extrema, subir los salarios mínimos, rebajar el coste de los seguros sanitarios, y acabar con la guerra de Irak; aunque frente al lobby judío se haya mostrado condescendiente, apoyando a Israel frente a los palestinos y manteniéndose contrario a la proliferación de armas nucleares en Irán, como si el más leve roce con la realidad en toda su crudeza, hubiera bastado para hacerle despertar de su bonito sueño idealista.

Con todo, las primarias no han sido más que un ensayo general, una puesta a punto de cara a la contienda final. Cada uno de los obstáculos que la ambición de Hillary Clinton le ha ido dejando por el camino, su carga explosiva de rumores, de trapos sucios y de malas artes, perseguían únicamente asentar su liderazgo sobre los escombros de los de su adversario, pero solo han servido para demostrar que su tiempo había concluido, que al pueblo no le gustan las reposiciones, que prefiere pasar página y apostar por lo nuevo. A partir de ahora deberá prepararse para la batalla final, cuando tenga que lidiar con los grandes prebostes del mundo armamentístico, del petroquímico o del financiero, que le aguardarán con sus redes de influencia dispuestas, como huestes al servicio del republicano McCain , utilizando si es preciso el arsenal mediático de una artillería pesada.

Obama además de mantener intacta la fuerza arrolladora de su optimismo antropológico, deberá concretar propuestas en materia de política económica y exterior para poder hacer frente a un rival más viejo y experimentado que él, y que además personifica la rancia grandeza imperialista y patriótica de la que tanto gusta adornarse a un sector de la sociedad americana.

Aunque Obama no logre el inquilinato de la Casa Blanca, habrá hecho historia, al ser el primer candidato afroamericano que ha sido nominado para unas presidenciales, además de ser el continuador del sueño americano, al tutelar un cambio que va desde la esclavitud de sus antepasados, hasta los más altos peldaños del Gobierno de la primera potencia mundial, y todo esto sin revoluciones ni algaradas, sin apenas derramamientos de sangre, lo que evidencia que, a pesar de sus muchas contradicciones, el pueblo americano sabe mirar hacia el futuro sin que los ojos se le llenen con las viejas telarañas de la irracionalidad, dotándose de un sistema electoral que permite que la voluntad popular se manifieste libremente, sin poner en riesgo ni la estabilidad de los partidos, ni la capacidad de influencia de sus aparatos.

*Profesor.