Estos días pasados han sido noticia las manifestaciones, con pocas personas pero muy ruidosas y bien pertrechadas, en los barrios ricos de Madrid y otras ciudades, o frente a los domicilios de Pablo Iglesias y José Luis Ábalos. Los mismos que denunciaban la intimidación que sufrían los suyos en Cataluña, no tienen reparos en hacer escraches y volverse antisistema, aunque sea con ropa de marca. Mientras, en Bilbao, Idoia Mendia, secretaria general del Partido Socialista Vasco, ve cómo los amigos de los asesinos la llaman asesina y llenan de pintura roja su portal. Como siempre, los nacionalismos, o nazi-onanismos, el de la ikurriña y el del aguilucho, se retroalimentan y se reflejan. Unos y otros se creen mejores que los que no votan como ellos. En cuanto a los vecinos del Barrio de Salamanca, creen ser de una raza superior, no por nada mientras Franco bombardeaba Madrid sin piedad pidió expresamente que la aviación respetara ese barrio donde ahora, ochenta años después, arrasan Vox y el PP. Lo de recordar al caudillo no es exageración: hubo banderas del aguilucho y algún grito de «Sánchez al paredón».

Si al principio el gobierno lo hacía mal por tomar medidas demasiado blandas y había que confinar y restringir, ahora lo hace mal por ser demasiado restrictivo y ahogar la economía. Que el confinamiento haya servido para contener una pandemia que estuvo a punto de írsenos totalmente de las manos, o que la misma medida la apliquen en todo el mundo gobiernos de izquierdas y derechas, es lo de menos. Lo que importa es dar leña y cualquier cosa sirve para ello. Frente a lo que dicta la ciencia y sus precauciones, está la impaciencia de quienes afirmarán que la tierra es plana si esto puede ayudarles a tomar el poder. En Alemania, donde el confinamiento es mucho más light, las manifestaciones las ha capitalizado una extrema derecha que difunde conspiraciones estrambóticas que a veces terminan con un encendido patriota matando a tiros a emigrantes.

Es evidente que la ciencia no avanza al mismo ritmo que las mentalidades y, si seguramente la vacuna se descubra en Estados Unidos, también es ese el país donde sale gente a la calle pidiendo que se deje morir a los débiles y se reabran los negocios. En la misma línea parece estar la derecha española, que achaca a motivos políticos que Madrid no pasara antes de fase, y que se ensaña con Rafael Simancas por atreverse a decir algo evidente, que la tasa de letalidad del virus en Madrid algo tuvo que ver con la precarización de la sanidad que la derecha vio como negocio. Por algo Díaz Ayuso excluye al Colegio de Médicos de una reunión para tratar sobre la desescalada: mejor que vengan solo las afines asociaciones privadas. En fin, la desfachatez facha que mostraba Vox vetando la entrada de la prensa a sus mítines, y el maestro de todos, Trump, descalificando al que no sea de su cuerda.

Otros impacientes son Núñez Feijóoy Urkullu, que no han podido esperar para adelantar elecciones en Galicia y el País Vasco. Los siete reinos de Juego de tronos no son nada comparados con los diecisiete reinos de taifas o de califas que componen nuestro país, y a los dos barones les corre prisa, mejor beneficiarse de la inercia y la modorra estival pues nadie sabe lo que nos espera a la vuelta del verano.

Que las prisas son malas consejeras lo muestra el caso de Francia, donde por abrir demasiado pronto los colegios hubo más de setenta que tuvieron que cerrar con los niños infectados de coronavirus. Entre lo que dice la ciencia y lo que dicta la impaciencia, muchos se dejan llevar por la segunda, burlándose con chulería de las precauciones. Puestos a escoger entre la Bolsa y la vida, muchos ponen la Bolsa, o más bien, los bolsillos propios, por encima de las vidas ajenas.

*Escritor.