Hay un momento vital, que dura apenas unos segundos, que resulta trascendental para quien ejerce un cargo público. Es justo cuando, de pronto, sale a la luz un hecho oculto que convenía tenerlo escondido. El protagonista o la protagonista tienen que tomar una decisión y optar entre contar la verdad y pedir disculpas, máxime cuando el hecho descubierto no tiene nada que ver con el ejercicio actual del cargo; o, por el contrario, huir hacia adelante y decir una media verdad o directamente una mentira esperando que el asunto caiga en el olvido. Y es ahí donde, en general, casi todos se equivocan. Optan por lo segundo y entran en el peor escenario posible, pues tapar bocas y silenciar voces que ofrecen otra versión pero aportan pruebas resulta harto complicado, por no decir imposible.

Luego está el escenario español propiamente dicho, donde la honestidad o la honorabilidad de la gente es disculpable, incluida la de los políticos, y donde el ejercicio de un puesto de responsabilidad se configura más de una vez como un mero teatro en el que no es importante ser, sino parecerlo. Y ahí las reglas del juego son diferentes; no gana el mejor dirigente ni el más honrado, sino el mejor actor, aquel que es capaz de convencer a la ciudadanía de que todo el mundo está equivocado o participa de una estrategia de destrucción contra su persona.

Cristina Cifuentes está tocada y veremos hasta dónde. Su emergencia como líder nacional del PP ha sufrido un revés inesperado por un título de máster que parece se lo hubieran dado en una tómbola, pero el verdadero problema no ha sido el hecho en sí mismo sino su gestión, la puesta en escena que ha protagonizado prefiriendo huir hacia adelante en una estrategia victimista en la que la mentira ha echado por tierra el prestigio de una universidad y su acción va ya camino de la fiscalía. Craso error que, como va, le puede costar el cargo y ensucia a su partido envuelto esta semana en un cónclave nacional con ella como protagonista cuando debería ser Rajoy.

Según la ‘lideresa’ madrileña, no pasa nada. Según el PP, hay que aclarar todo esto, pero de momento no hay otra opción que el cierre de filas. En medio de una convención para salvarle los muebles al partido nadie va a coger la iniciativa. Salvo el PSOE, que sigue adelante con su moción de censura apoyada por Podemos, mientras Ciudadanos continúa apostando por una comisión de investigación express que arroje luz y, quizás, sea el preámbulo de otra cosa. Por cierto, el papelón del partido de Rivera es complicado. Adalides de la honorabilidad y la limpieza de la vida pública, sostiene a un gobierno cuya presidenta se pasea por el alambre de la verdad con profesores que se adaptan a sus circunstancias personales, exámenes no realizados, trabajos no defendidos en tribunales nunca reunidos y calificaciones puestas en diferido y corregidas a golpe de clic. La Universidad Juan Carlos I ha quedado en entredicho y, por ello, finalmente se ha encargado de transmitir a través de su rector que no hay rastro del acta real sobre la presentación del supuesto trabajo de Cifuentes ni del trabajo en sí mismo. Digamos que se ha volatilizado.

Cifuentes ha sacado dientes como la Pantoja y se ha encajado en Sevilla. Se hizo hasta fotos en el tren de ida el viernes y bajó en la estación de Santa Justa con la mejor sus sonrisas camino de la convención del PP, siendo consciente de que resulta la vedette de esta fiesta y aprovechando su atención mediática para abrazarse con Rajoy y dejar su huida hacia adelante coronada en su grado máximo. Olé yo y que salga el sol por Antequera, aunque enturbie el partido, por cierto necesitado de lustre y no lo contrario.

Nadie sabe internamente qué va a pasar a partir del lunes. Si una solución a la murciana de buscar un nuevo candidato sustitutivo puede enderezar el entuerto o si la propia Cifuentes guarda algún as en a manga que la salve in extremis de la quema. Pero pocos creen ya que pueda mantenerse en el cargo hasta el final de la legislatura y mucho menos que pase por el trance de una comisión de investigación como única acusada. El desconcierto parece haberse instalado en la calle Génova, donde un revés así resulta difícil de encajar en medio de un escenario negativo donde se está en caída libre en Valencia, se anda de capa caída en Andalucía y prácticamente se ha desaparecido en Cataluña. Sólo Galicia y Madrid mantenían el tipo. ¿Y ahora?