TAt Esopo se le atribuye la fábula de La cigarra y la hormiga. Pero el francés Jean La Fontaine , primero, y el español Félix Samaniego , después, la versionaron dándole un final distinto. Según Esopo, la laboriosa hormiga, que trabajaba afanosamente durante el plácido verano para no pasar penurias durante el largo y frío invierno, se apiadó de la cigarra, que se dedicaba a cantar en verano, y cuando llegó el invierno le dio algunos alimentos después de sermonearla para que en sucesivos años fuese más previsora. La Fontaine y Samaniego, sin embargo, consideraron que la cigarra era una vaga imperdonable con la que la trabajadora hormiga no debía tener piedad, y la dejó morir de hambre.

Supongo que la mayoría de ustedes extrapolarán a la vida humana este comportamiento insectil e identificarán a la hormiga con el hombre sensato y trabajador que dobla el lomo muchas veces al día para ganarse el pan; y a la cigarra con el irresponsable holgazán al que le gusta vivir del cuento. Y sí, la fabula no nos lleva a pensar otra cosa si nos quedamos en su mera lectura. Pero también podemos imaginar más allá, y pensar en circunstancias y naturalezas. Por ejemplo, pongamos que la hormiga es una codiciosa trabajadora cuya intención es almacenar mucho grano de la sementera, aprovechando que la cigarra sólo toma lo que realmente necesita.

Pongamos que la cigarra canta para alegrar el ánimo a la hormiga y espera que ésta sepa agradecérselo. Pongamos que la hormiga utiliza la astucia para acaparar bienes sin descanso y luego especular con ellos con la cigarra; y la cigarra entiende que en la vida hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar, y que no es más feliz el que más tiene trabajando duro, sino el que menos necesita y trabaja lo necesario para cubrir sus necesidades.

Pongamos que esos codiciosos especuladores que planifican la economía mundial como les conviene no hubieran trabajado a destajo como una hormiga y hubiesen dedicado más tiempo a cantar como una cigarra. Quizá ahora nadie se estaría apiadando de nadie.