Cuando alguien se pone de moda o se le considera que está de rabiosa actualidad, decimos que está ‘on fire’. En una palabra, está «que se sale». Y así es lo que pensaría cualquiera que hubiera seguido a Rafael Nadal durante su magnífica actuación en el US Open. Los aficionados al tenis tardarán en olvidar la final de nuestro compatriota contra el alto, frío e impertérrito Daniil Medvédev. Si a nuestra Lola Herrera le pasa de todo en sus Cinco horas con Mario, a nuestro Nadal le pasó también de todo en sus cinco horas con Medvédev. Fue un encuentro que rozó todos los límites de una emoción desmedida donde, una vez más, Nadal demostró su fuerza física y mental, por lo que se mantiene, a pesar de sus 33 ya cumplidos, en la cúspide del tenis mundial.

Siempre, desde la docencia, me ha gustado poner a Nadal como ejemplo a seguir para mis alumnos. Y no precisamente por ser el tenista que más títulos de Máster 1000 ha conseguido, ni por estar ya sólo a 1 título de Grand Slam para igualar a su amigo y adversario Roger Federer. Lo he puesto siempre como ejemplo por, sobre todo, el esfuerzo y empeño que pone para alcanzar sus metas. Y nunca a costa de lo que sea, sino a base del esfuerzo, basado en el trabajo diario y un respeto imponente al contrincante.

Lo he puesto siempre como ejemplo por las veces que ha caído, por lesiones graves que ha sufrido, y por esas mismas veces que se ha levantado, con asombrosa humildad, para alcanzar de nuevo los primeros puestos en el ranking mundial. Cuando muchos piensan que ya es el final, vuelve a resurgir dándonos un ejemplo de que, con perseverancia y trabajo diario, no hay meta que se resista, ni objetivo que no se pueda conseguir.

Lo he puesto ante mis alumnos como ejemplo porque nunca rompió una raqueta en competición, conducta muy normal, por otra parte, cuando a algún otro tenista no le salen las cosas como espera. Siempre ha mostrado un humilde respeto a los árbitros y a sus adversarios, aunque los tantos no le hayan sido favorables. Todo en él es limpieza y cordialidad con el contrincante, incluso cuando les proyecta esas miradas de rivalidad sana en el momento en que, burlando a las mismas leyes de la física, suelta desde su raqueta un banana shot que, desde fuera de la pista, arranca en una parábola imposible hasta alcanzar las líneas del contrario quien sólo puede echar un vistazo a la bola mágica que le burló con su trayectoria y escuchar a continuación el «¡Vamos!» de Rafa.

He puesto siempre a Nadal como ejemplo porque nunca se consideró más que nadie y porque, como él mismo dice, nunca creyó en la ambición desmedida, ya que ésa no reporta ni satisfacción al cuerpo ni tranquilidad al alma. Él cree en una ambición sana, una ambición que te inspire las ganas y la necesidad de superación basadas principalmente en el respeto y humildad ante los rivales.

Este año, con la consecución de su décimo noveno título de Grand Slam, se ha ganado al público americano, pero antes de disputar la final ya se lo había metido en el bolsillo por su actitud ante un niño que, en su afán de ver de cerca a su ídolo y conseguir su autógrafo, se vio envuelto en una ‘melé’ complicada y peligrosa de la que Nadal limpiamente le rescató. Después de tranquilizar al niño y acariciar su mejilla mojada por el llanto, estampó en una pelota de tenis el mejor de sus autógrafos que jamás firmara porque se convirtió en ídolo y héroe al mismo tiempo. Son los héroes e ídolos cuya estela necesitan seguir nuestros jóvenes de hoy.

Hay incluso quien plantea la posibilidad de acercar a Rafa Nadal a la política, pero sinceramente pienso que no sé yo si nuestra política, donde pacen nuestros políticos, estará algún día a la altura de esta gran persona y este gran tenista.

*Exdirector del IES Ágora de Cáceres.