La excepción «británica» existe. Se hace especialmente evidente en algunas costumbres no tan arraigadas fuera de las islas. O al menos, que no lo eran hasta hace unos pocos años. El juego, por ejemplo. Siempre me asombró ver, en los retratos visuales de Ken Loach o en la mítica cinta En el nombre del padre, aquellas pequeñas salas de apuestas convertidas en improvisados centros de reunión, alumbrando una suerte de congregación social en torno a un manojo de pintas, a la espera de arañar unas libras. Un elemento tan familiar y extendido como aquí el tapeo o «ir de bares».

Pero, claro, ahora vemos proliferar chillones carteles de salones de juegos por todas nuestras calles. Y es casi más fácil encontrar tradicionales bares de tapas al abrigo de Liverpool Street o a la ribera del Hyde Park que aquí. La globalización, supongo, también era eso. En esta ensalada de intercambio cultural, los británicos (algunos) pretenden subrayar su singularidad mediante la política.

Ocurre que, hasta en eso, están sometidos a la singular nueva normalidad de la política continental. Ahora viven, como todos, las consecuencias de un exceso de agitación sentimental y exaltación populista. Un referéndum poco oportuno, un resultado inesperado y una desastrosa medida (‘Brexit’) para toda Europa. Un eco que resuena en los rincones de todo el continente.

Theresa May trata de arribar por tercera vez el barco del ‘Brexit’ al puerto de un acuerdo de salida, tras encallar dos veces. Asediada no sólo por los no partidarios de dejar la Unión Europea (remainers) sino por los descontentos en sus propias filas. Consciente de que el «brillante» legado conservador en las próximas décadas será la salida de la Unión, la premier trabaja en la extensión de un plazo que ellos mismos establecieron y que la falta de acuerdo interno se encarga de dilatar. Esta es la irónica neurosis política en la que estamos inmersos.

El 29 de marzo se deberá aplicar el artículo 50 del Tratado de Lisboa, que regula el mecanismo para la retirada unilateral y voluntaria de un país miembro de la UE. Reino Unido lo solicitó hace dos años, con lo cual la próxima semana estaría «oficialmente» fuera de Europa. Pero hemos llegado hasta aquí sin un acuerdo que arbitre las relaciones bilaterales una vez se produzca la salida británica. Entre otras cosas, porque en las dos ocasiones que May ha presentado la propuesta en su parlamento ha perdido la votación.

Así que hoy (jueves), los líderes de los 27 se han desayunado con la presentación de una petición de prórroga para la no aplicación del artículo 50 por parte del Reino Unido. May pide árnica hasta el 30 de junio para conseguir el respaldo de su parlamento para un acuerdo doblemente tumbado.

Podría parecer que lo lógico y cabal es que esta prórroga se concediese de forma cuasi automática, ya que los intereses en juego requerirían un escenario con plazo suficiente. Pero hay dos tremendos escollos. Por un lado, muchos líderes continentales no están por la labor de seguir el juego a los conservadores británicos. Por otro, la extensión del plazo convertiría al Reino Unido en miembro de pleno derecho en medio de unas elecciones al Parlamento Europeo, a las que se verían obligados a acudir. Creando un embrollo jurídico difícil de descifrar.

Ahora mismo, los escenarios son tres, pero cada uno con una inabarcable gama de variables por definir. Como para dedicarse a apostar sobre uno de ellos…

Entendiendo que se pacte una ampliación del plazo hasta julio, podría aprobarse o no el acuerdo de salida en Westminster. La aprobación del plan supondría una salida acordada; alternativa que empieza a ser vista con buenos ojos en muchos de los conservadores que ahora se oponen, como forma de evitar que triunfen cualquiera de los otros dos escenarios. Porque el segundo es que el resto de la Unión, harto de la batalla doméstica, simplemente aplique la norma aplicable y ejecute una salida «forzosa».

¿Queda una tercera? Pues sí, una solución que las casas de apuestas o no se atrevían a contemplar o sistemáticamente minusvaloraban. Que empieza a ser una contestación urbana y que en la cámara británica se soslaya por sus posibles efectos (políticos). Un segundo referéndum. Tan caros al juego, en Ladbrokes, está ya a cinco libras por dos apostadas.

Not so far (https://www.oddschecker.com/politics/british-politics).