TItr al cine es un acto casi gastronómico: parece obligatorio el atracón de palomitas, panchitos, gusanitos, caramelos, cocas y refrescos y todo lo que pueda provocar ruido antes de ser engullido. Las personas a dieta, que acostumbren a comer en casa, o ver la película en silencio, tienen difícil la sesión cinematográfica.

También aquellas que sigan creyendo que acuden a una sala de proyección para ver algo relacionado con el séptimo arte: éste se ha diluido en la prosaica práctica del engorde a base de grasientas chuches.

Dicen que en Estados Unidos, que marca consignas, el cine se hace para los consumidores de palomitas, colas, camisetas, llaveros, bolígrafos, carpetas, pins, postales y posters, porque el merchindaising que genera la película es más rentable que ésta y es lógico, entonces, que todo se ruede según el color del dinero de los consumistas, lo que lleva a tramas estereotipadas, de violencia, sexo y velocidad, sin más inquietudes vitales. Es decir el cine ha vuelto a lo primario: la barriga y la grasa, antípodas de lo que era la sensibilidad, la emoción, la ternura, la inteligencia, la solidaridad, la fantasía y la fábrica de los sueños.

Si usted mantiene íntegras esas capacidades, cuídese antes de entrar a ciegas en una sala de cine.

*Filólogo