Ryszard Kapuscinsk nos enseñó algo que no está en ningún manual de las facultades de periodismo: que, para ejercer de verdad este oficio, había que ser buena persona. Que, en contra de la imagen que el cine difunde a veces, este no es oficio para cínicos, sino para aquellos que intentan comprender a los demás, sus intenciones, sus intereses, sus alegrías y sus tragedias. Cuando ayer me senté a escribir esta columna me acordé del maestro de periodistas, porque la actualidad de esta semana necesita grandes dosis de empatía. Ahí van tres o cuatro ejemplos. 1.- Francisco Camps. ¿Puede el presidente de la Generalitat valenciana estar contento de ser citado a declarar como imputado en una trama de presunta corrupción? Así lo ha dicho durante la última semana. ¿Puede salir del juzgado tan imputado como entró y decir a los periodistas que está muy contento y satisfecho? 2.- Trillo. Portavoz de justicia del PP. Y va a seguir siéndolo porque Rajoy no le ha admitido la dimisión que al parecer le ha presentado, tras ser condenados tres subordinados suyos por falsear la identificación de 30 cadáveres. Dicen que confían en que el Supremo suavice una sentencia que declara probado que los mandos militares a su cargo entregaron a 30 familias cadáveres cambiados de sus hijos y maridos. 3.- Zapatero. Presidente del Gobierno. Satisfecho con el resultado del pleno sobre el estado de la nación. El PSOE ha sacado todas sus propuestas adelante. Cierto, pero a costa de desdibujar la medida estrella que él mismo anunció en su discurso: limitar por debajo de 24.000 euros de ingresos anuales las desgravaciones por compra de vivienda. 4.- Iglesia católica. Mientras aún colea la condena del Papa del uso del preservativo en África para combatir el sida, nos enteramos de que cientos de niños sufrieron durante décadas abusos sexuales en los centros católicos de asistencia social de Irlanda. Las víctimas eran niños marginales, huérfanos o pequeños delincuentes. Sí, maestro Kapuscinsci, hoy necesito grandes dosis de empatía.