WEw l Cuando se cumplen dos años desde que una ola gigante desencadenara en el océano Indico la muerte de más de 200.000 personas, es momento de hacer un balance de cómo funcionó la ayuda internacional ante una catástrofe natural de dimensiones desconocidas hasta entonces. A la vista de informes solventes, la triste conclusión es que la gran movilización de recursos que se produjo en el primer momento no fue debidamente canalizada para que sirviera de ayuda urgente a quienes más lo necesitaban: los miles de heridos, huérfanos y personas sin hogar y sin comida. El tsunami fue una desgracia que puso a prueba todo el sistema mundial de solidaridad. Las oenegés hicieron un extraordinario esfuerzo de captación de fondos. Pero muchos de sus responsables han reconocido que la falta de coordinación en los días críticos hizo que buena parte de la ayuda fuera estéril. El creciente sentimiento solidario que mueve a las nuevas generaciones tuvo su momento estelar los días del tsunami, en los que se montó un verdadero circo humanitario, dicho sea con todo el respeto y reconocimiento a los cientos de miles de voluntarios que colaboraron para ayudar a las víctimas. La cara positiva de la moneda es la extensión del sistema de microcréditos, que ha ayudado a miles de familias de Indonesia a rehacer sus vidas. Con los defectos que pueda tener el sistema, reforzado internacionalmente con la concesión este año del Premio Nobel de la Paz a su principal impulsor, Mohamed Yunus, los microcréditos se han demostrado más eficaces que las subvenciones para rehacer la economía y el tejido social de los pueblos afectados.