En este país, últimamente solo pendiente de la astracanada política, el cierre del Círculo de Lectores -por burofax, como se hacen estas cosas- ha pasado casi desapercibido. Tras 57 años de vida, la maravillosa idea de un club de lectura a domicilio ha acabado fagocitada por la omnipotente Amazon. Pero que no me cuenten milongas de nuevos paradigmas digitales. Se lee mucho menos. Y esa es la cruda razón del cerrojazo, entre otras.

El Círculo de Lectores trae a mi memoria recuerdos de la infancia, de comerciales a los que el portero sí abría la puerta, de vendedores que se convertían en amigos, porque traían la cultura cada mes a su casa y se les invitaba a un café o a vino de la tierra. Te regalaban ese catálogo maravilloso, a color, lleno de propuestas, de historias por vivir en tu imaginación. Con Círculo de Lectores comencé a disfrutar lo que entonces se llamaba un best-seller.

Esta red literaria se convirtió para muchos en la puerta de acceso a una distinción social. Algunos en mi barrio se hicieron del Círculo de Lectores porque ‘vestía mucho’, aunque los libros quedaran en ocasiones apilados y sin abrirse. Y recuerdo las amonestaciones de mi madre porque aún no me había terminado el libro del mes anterior y por el portafono se oía la voz del comercial diciendo: «¡Círculo de Lectores!». Eran tres palabras que abrían las puertas de las casas y el alma a aventuras de todo tipo.

Ahora el negocio editorial está más desalmado que nunca y a ningún directivo parece darles pena de la hecatombe. Y no hay alternativas, pues el ebook aún no se ha convertido en un artículo de consumo generalizado.

Lo cierto es que a mí me gusta tocar, palpar el libro, su olor a papel, escribir alguna frase en él, subrayarlo, aunque a algunos pueda parecerles eso una herejía. Réquiem por el Círculo de Lectores. Desde hace una semana todos somos aún más analfabetos. Refrán: Un buen libro de las penas es alivio.

* Periodista