Lo menos que se puede decir de CiU en lo que se refiere a las alianzas es que, si dejamos al margen cuestiones espinosas de ética o de coherencia política, la coalición nacionalista siempre actúa con inteligencia y no perdiendo de vista ni un solo instante sus intereses. En Cataluña lo está demostrando, y lo mismo pacta con los socialistas que con el PP. Un mínimo de coherencia hubiera exigido a Artur Mas no pactar con el PP, precisamente el partido con el que dijo que nunca pactaría y fue a un notario a que levantara acta de ese compromiso. El partido, además, que hizo todo lo posible para echar abajo el nuevo Estatut. Pero ya se sabe que la política tiene motivos que la razón no entiende y en cuestiones de incoherencia casi nadie puede dar lecciones a nadie.
Lo último que ha hecho Mas ha sido tirarle los tejos al PP. Mientras su representante en Madrid, Duran Lleida se hace el remolón, el presidente catalán se ha mostrado dispuesto, incluso, a convertirse en "socio estable" de un hipotético --hipotético, pero muy previsible-- Gobierno de Mariano Rajoy, a cambio, eso sí, de que el PP se comprometa a que Cataluña obtenga un estatus fiscal que se aproxime al que tienen el País Vasco y Navarra. Es decir, lo de siempre: el intento de obtener privilegios. CiU no tiene empacho, cuando las circunstancias lo exigen, de enfatizar el eje derecha-izquierda que convierte a ese partido en aliado natural del PP, y ensombrecer el eje nacionalista, que los convierte en adversarios.