XYxa decía Pascal , "que las razones del corazón no las conoce la razón de la inteligencia", el sentimiento empuja al hombre y a las sociedades, a veces como huracanes devastadores, y una parte sustancial del progreso de la humanidad ha consistido en conducir y supeditar los sentimientos a la razón, posibilitando connivencias y propiciando libertades. El campo de los sentimientos en las sociedades avanzadas se caracteriza por un escrupuloso respeto a los mismos, por un lado y una atribución social de carácter individual por otro. En nuestros días, se percibe con nitidez, según culturas y niveles de desarrollo esta cuestión.

Para el movimiento progresista que comienza a gestarse a mitad del siglo XIX consolidándose en su último tercio, heredero del humanismo que alumbró la Revolución francesa, y que conocemos como socialismo, el sentimiento de tener lengua y costumbres comunes, el sentimiento nacional si se quiere, tiene el mismo ámbito que el religioso, sagrado respeto a las libertades y derechos individuales y colectivos. Si los sentimientos nacionalistas se elevan a la categoría de culturas, cuestión en muchas ocasiones semántica que trivializa el concepto, el socialismo ha mantenido, como así es de hecho, en numerosas latitudes de la tierra, que cultura y territorio son cosas muy diferentes. Y que en un mismo territorio pueden convivir distintas culturas, sin que ninguna trate de avasallar a la otra en ninguna parte del mismo. Ha sido la más negra reacción de la historia la que identificó territorio con nación, una lengua un territorio un líder, mejor no acordarnos de ello. En el mundo socialista han compaginado muy mal nacionalismo y socialismo. Otra cosa muy distinta es la lucha por las libertades individuales y colectivas, ahí siempre hemos estado, pero siempre por las de todos, ya que el referente del socialismo democrático es el hombre, por lo tanto el ciudadano y la ciudadanía son los sujetos básicos de libertades y derechos.

Nuestra Constitución así lo consagra, por ello y aun siendo muy benévolos lo menos que podemos decir, sobre los planteamientos de Maragall en torno a la financiación de la Generalidad Catalana, es que se olvida, o lo que sería peor lo ignora, que son los ciudadanos españoles como tales, los únicos que pueden ser solidarios en el marco de las leyes. Hay ciudadanos ricos y otros que están muy distantes de serlo. Y territorios en los que el porcentaje de ellos varía. Y más allá de una terminología coloquial de carácter simplificador, no se puede hablar de territorios ricos o de territorios pobres. No somos una confederación de tribus, sino un país de ciudadanos. Sólo hay una clase de ciudadanía, la española, que poseen la nacionalidad de un Estado que se llama España y cuya soberanía se deposita en el Congreso y Senado de España.

No hay cohesión territorial, hay cohesión social, y como consecuencia de la misma se producen flujos económicos de unos territorios a otros. Es más, esa contabilidad de ingresos y gastos no es válida a la hora de hacer balances territoriales de carácter económico, ya que ignoran la valoración de los intangibles. ¿En cuánto se valoran los grandes centros de investigación que han ido a Cataluña en los últimos años? ¿En cuánto valoramos el acelerador de partículas, que pudiendo ir a cualquier otro territorio se ha asignado a Cataluña? ¿Y, el mayor ordenador para cálculo? ¿Y, el traslado del mercado de las telecomunicaciones? Estas preguntas, que surgen como una reacción inmediata a una acción no medida, son las que nunca debemos hacernos en estos términos y nadie debe dar lugar a que nos las hagamos.

Pasqual Maragall deberá meditar en el amplísimo rechazo social que ha producido su modelo de financiación para Cataluña, rechazo de la oposición, rechazo de muchos altos responsables del partido en el Gobierno e incluso el significativo y oportuno rechazo de IU.

Esperemos que Maragall no se empeñe en lo de sostenella y no enmendalla , porque rectificar es de sabios

*Ingeniero y director generalde Desarrollo Rural del MAPA