TAtludes de palabras se han vertido a los medios sobre el 11-M. Pero yo me voy a centrar en ese fenómeno brotado en medio del huracán de la desolación. Me refiero al silencio tristísimo emergido, en muchas ocasiones, entre la tragedia: silencio que taladra el corazón que llora sin lágrimas y sube a la garganta entre el crespón negro de la muerte de 190 personas, produciendo un impacto de oceánica pena y el llanto abierto, o entrecortado, de todos nosotros... Un silencio hermanado, compartido como se comparte el pan ácimo del sacrificio, ofrecido en el altar de la patria con el dolor de tantos. ¿Qué tendrá el silencio que grita más que el grito, que anonada y bloquea la expresión que quisiera reventar con los dicterios más duros ante la perversidad perpetrada? Silencio litúrgico de un minuto, cuando el candidato vencedor en las elecciones pidió a sus militantes ese tiempo de respeto ante la reciente infamia. Silencio en los hospitales, donde un temblor glacial recorría las plantas estremecidas con la llegada de heridos y cadáveres. Silencio angustioso, en fin, de esas familias que aún tienen un hilo de esperanza, porque sus víctimas recobren totalmente la vida que han querido arrebatar unos asesinos miserables...

*Escritor