WDwos semanas después del inicio de la ofensiva del Ejército israelí sobre Gaza, la opinión pública europea ha reaccionado saliendo a la calle ante lo que cabe calificar de castigo sangriento, injusto e inhumano contra la población civil palestina de ese territorio, por más que haya que reconocer el derecho de Israel a defenderse, aunque con otros métodos, de las acciones terroristas impulsadas por Hamás. Las manifestaciones del sábado y la celebrada ayer en Madrid, en las que han participado decenas de miles de personas, son solo unos ejemplos de las movilizaciones de sociedades democráticas que asisten impotentes al rosario de informaciones que hablan de la muerte de inocentes sin que nadie, ni la ONU ni las grandes potencias, sean capaces de poner fin a la matanza.

Las protestas de este fin de semana no han sido un reflejo del llamado buenismo, término despectivo con el que la derecha dura trata de desacreditar las corrientes de cooperación y solidaridad con los que más sufren. En las marchas latía la rabia de quienes exigen un cambio a fondo en las relaciones internacionales que impida acciones bélicas desproporcionadas, como la que impulsó el presidente de Estados Unidos, George Bush, en Irak --con el vergonzoso apoyo del Gobierno español de José María Aznar-- o como la que ahora ha desencadenado el Gobierno de Israel, con el infame telón de fondo de los intereses preelectorales.

En una democracia verdadera, el ciudadano no solo se expresa cuando es llamado a las urnas. Marchas pacíficas como las de estos días son un llamamiento que debe ser atendido.