Desde que los romanos descubrieron el arco y, dando la vuelta sobre su eje, proyectaron la bóveda, el punto fundamental de esta estructura arquitectónica es la clave: la piedra que engarza los dos montantes, el epicentro de las fuerzas que distribuye. La clave es, pues, la clave. Sin ella se derrumbarían por su propio peso bóvedas y arquerías.

En política sucede otro tanto. La arquitectura de la transición, y de nuestra democracia, mantiene su vigor a partir de la consensuación de la Corona. No es que España sea un país especialmente monárquico, pero la Constitución de 1978 no hubiera sido posible, ni su estabilidad a lo largo de tres décadas, sin ese descubrimiento que republicanos como Tarradellas o Santiago Carrillo supieron aceptar bajo la advocación de Juan Carlos I . ¿Se hubiera dado un milagro tal a partir de don Juan de Borbón ? Los republicanos tuvieron que renunciar a muchas cosas, pero tengo mis dudas razonables de que la derecha española hubiere acatado una fórmula republicana en 1975-76.

Hasta que José María Aznar manifestase sus veleidades azañistas (¿por influjo de Jiménez Losantos y sus autodenominados liberales?) tuvieron que transcurrir 20 años, y un largo gobierno de Felipe González que sirvió de reválida de una forma de Estado, no fácilmente asumible por los socialistas antes de la muerte de Franco con la ductilidad que luego demostraron tras el consenso de la Constitución. No suponía una cesión de sus argumentos históricos, antes bien una extraordinaria manifestación de madurez política y sentido de la realidad. España sociológicamente era lo que era, y no lo que ciertos doctrinarismos apetecían que hubiere sido. De ahí mi profundo respeto al sentido de Estado que el socialismo de la transición exhibió frente a lo que otros rupturistas hubieran preferido.

XCUANTO ACAECEx no deja de causarme asombro, y no por mi fe monárquica --que no lo soy--, sino por entender que desmontar la clave de la bóveda supondría sin duda el hundimiento de la arquitectura política que la transición nos legó. ¿Estamos, acaso, en condiciones de aventurarnos a una desconstrución como esta? Quienes así lo juzguen probablemente estarán perpetrando un error de vastas consecuencias en la desestabilización de nuestra democracia. Quienes se han dispuesto a quemar fotos saben que su gesto trasciende el hecho: afecta a la simbología. Algo que históricamente se ha demostrado en la península como el umbral de otros derrocamientos más peligrosos. La dialéctica símbolo-significado proyecta la intencionalidad de la acción a las instituciones representadas por dicha simbología. Es decir, a la institución misma, no a las personas.

Hugh Thomas , en 1977, al presentar la edición española de The Spanish civil war subrayó con énfasis el peligro que en España suponía la agresión a los símbolos: "Así empiezan siempre los grandes conflictos", vino a concluir. ¿Podría ser esa la fenomenología de la actual campaña contra la Monarquía? Si fueron Borbones buenos para determinados sectores antimonárquicos catalanes en 1975, ¿por qué hoy se han trucado en Borbones malos? No merece la pena entrar ahora en un debate de fondo sobre la cuestión, dado que la legalidad les asiste desde el referendo constitucional de 1978, pero sí habría que considerar el factor oportunista como causa coyuntural de este proceso. Zapatero ha abierto la caja de Pandora con sus relativismos constitucionales e institucionales con una insensatez propia del aprendiz de brujo. A una sociedad como la nuestra, tan predispuesta al cuestionamiento de sus esencias e identidades, parece poco prudente invitarla a desenterrar sus demonios patrios.

Así, pues, la actual polémica callejera, de no encauzarse, pudiera dar lugar a un coyunturalismo de utilidad que no garantizaría la corrección del proceso. Los debates nacionalistas casi siempre abocan a fundamentalismos peligrosos: los unos animando unidades sacrosantas, los otros soñando con rupturas que no atienden al principio de viabilidad ni a los daños colaterales que puedan desatar. No parece la actual formulación un dechado de aciertos. Piénsese en la preocupante coyuntura económica en que nos estamos adentrando. Repárese en la venenosa virtualidad de una campaña como esta en una sociedad amonárquica.

Analícese si es el modo y manera de tratar un clima distorsionador de la armonía constitucional que ha dado un espléndido presente de más de 30 años, sin precedentes, en España. Cierto que han transcurrido ya dos generaciones desde el final de la dictadura, y por ende, la memoria flaquea a la hora de evaluar los antecedentes de la democracia que hoy disfrutamos. ¿Tan cuestionable es su balance para que ahora determinados sectores de la izquierda y de la derecha arriesguen la estabilidad de lo que arduamente conseguimos la generación de la transición?

Toda acción que carezca de una finalidad específica se arriesga al fracaso. Tomás de Aquino , en el libro I sobre La Monarquía , escribe: "El hombre tiene algún fin al que se ordena toda su vida y su acción, porque actúa por medio del entendimiento cuyo obrar se descubre por su fin". ¿Y cuál es el fin de estas generaciones antimonárquicas: el cuestionar la persona o la institución? Si se quita la clave de la bóveda, el sistema no resistirá. ¿Es el fin buscado?

*Exdirigente del PP