XLxa Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, en el año 2000, una declaración de principios conocida como la Declaración del Milenio. Una toma de posición, del conjunto de las naciones del mundo, por la que se comprometían a realizar las inversiones necesarias para la mejora de las condiciones de vida de sus ciudadanos en educación, sanidad, abastecimiento de agua potable, producción alimentaria, etcétera. El objetivo final de dicha declaración de la Cumbre del Milenio es poner fecha de caducidad a la pobreza extrema en el mundo, situando dicha fecha de caducidad en el horizonte de 2015. ¿Pero cómo hacerlo? Las propuestas de las Naciones Unidas se concretaron en la consecución de ocho grandes metas de Desarrollo del Milenio: Erradicar el hambre y la pobreza extrema; universalizar la educación primaria; reducir la mortalidad infantil; mejorar la salud maternal; combatir el SIDA, la malaria y otras enfermedades; garantizar la sostenibilidad ambiental; y establecer un consorcio mundial para el desarrollo.

Toda una ambiciosa batería de medidas que conjugan acciones políticas, sociales, sanitarias, educativas y ambientales, en un intento por poner límites a situaciones insostenibles de injusticia social, subdesarrollo y falta de equidad en la satisfacción de necesidades de primer orden, como alimentación, agua potable, salud, educación, etcétera.

Dicho lo anterior, nos proponemos abordar algunas de las medidas sobre cómo atacar, particularmente, los problemas que hacen referencia a las mejoras de la salud en el mundo, teniendo presente que no existen soluciones mágicas, que la pobreza es la primera causa de mala salud, y que la enfermedad suele hacer a los pobres más pobres.

Ante esta situación ¿qué hacer desde el campo de la salud? En primer lugar situar como prioridad la salud infantil. Salud de los niños que se logra reduciendo las tasas de enfermedad y discapacidad proporcionando a los desnutridos las calorías y nutrientes necesarias y vacunándoles a todos.

La segunda medida consistiría en controlar la publicidad, venta y consumo de tabaco y otras sustancias adictivas. Con medidas que pongan límites a la adquisición de hábitos adictivos, como el consumo de tabaco en la niñez y en la adolescencia, el 95 por ciento de los niños no fumaría nunca.

La tercera de las acciones sería la de intentar reducir las desigualdades sanitarias asegurando el acceso universal a unos paquetes básicos de intervenciones sanitarias (vacunaciones, tratamiento del sida, la tuberculosis y la malaria, y reducción de muertes relacionadas con el embarazo)

La cuarta de las intervenciones debería intentar limitar al máximo la fuga de profesionales sanitarios. Lograr que los estudiantes estudien en sus países de origen o regresen para aportar un conocimiento experto. Sin profesionales sanitarios autóctonos en los países necesitados de sus servicios no podrá hacerse frente a los problemas de salud más básicos, y de nada serviría contar con vacunas o medicamentos si no hay quien los administre.

La quinta acción debe encaminarse a desarrollar sistemas de información epidemiológica básica, segura y fiable. Resulta esencial el desarrollo de un sistema que detecte todas las amenazas a la salud de modo que se puedan abordar los problemas de modo preventivo. Cuando esto no fuera posible, asegurando una rápida intervención, y contando siempre con datos que permitan gestionar los recursos del modo más eficiente.

La sexta medida debe evitar las amenazas ambientales. Garantizar un medio ambiente saludable que asegure agua potable de calidad, atmósfera no contaminada, sistemas de trabajo seguros y libres de peligros ambientales y vivienda habitable.

La séptima de las intervenciones debe favorecer el desarrollo de una infraestructura sanitaria mundial. Debido a su complejidad inherente, la salud mundial mejorará sólo si se forman nuevas alianzas entre gobiernos, organizaciones no gubernamentales, industrias y universidades. La asistencia sanitaria está en estrecha relación con la educación, la economía, el transporte, el comercio, la inmigración, la comunicación y el ambiente, y resulta evidente que la carga mundial de enfermedad no puede ser responsabilidad únicamente del sector de la salud pública. Desde el compromiso con estas recomendaciones se podrá contribuir, desde el campo de la salud, a lograr orientar la intervención pública a favor del cumplimiento de los objetivos del Milenio.

Pero convendría señalar una cuestión más. Estos no son asuntos que pertenezcan en exclusiva a la esfera de los países del tercer mundo, aunque es verdad que es en ellos donde se hace más urgente una toma de posición más decidida. Hoy y mañana, seguiremos teniendo entre nosotros --en lo que denominamos como primer mundo-- escenarios de pobreza, marginalidad, abandono, enfermedad, etcétera, en islas de subdesarrollo y exclusión , de ausencia de justicia y solidaridad, que exigen medidas igualmente urgentes. Desigualdades insoportables, entre pobres y ricos, que deberían ser objeto de una acción prioritaria que haga posible un mundo más habitable, cuanto antes, en este milenio.

Podemos apostar porque el año 2006 sea un tiempo para avanzar en el cumplimiento de los objetivos del Milenio. El año 2015 es el final del camino. El año que acabamos de empezar debe suponer un paso más hacia un mundo que cree en la igualdad, la solidaridad y la justicia como apuesta de futuro. Algunos cambios, en los últimos cinco años, nos hacen confirman que estamos en el buen camino. Pero aún queda por ganar la batalla principal: la de la desigualdad frente a los derechos humanos fundamentales.

*Profesor. Escuela Universitariade Enfermería