La concentración de condena al atentado de dos terroristas de ETA que el sábado le costó la vida a un joven guardia civil y tiene a otro al borde de la muerte se desarrolló ayer por las calles de Madrid con baja participación y varias novedades significativas desde el punto de vista político.

Esta vez, tras la pancarta --con un lema certero: Por la libertad. Para derrotar a ETA-- estaban todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria, los sindicatos y las patronales. Es decir, por fin hemos vivido una manifestación unitaria contra el terrorismo, algo que era antes habitual en España.

El intento del Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero de alcanzar un final dialogado del terrorismo de ETA y la frontal oposición de un Partido Popular castigado en las urnas por su pésima gestión de la matanza del 11-M hizo que fuera imposible en los últimos tres años una acción política conjunta contra el terrorismo. Y lo que es peor, ha situado la batalla contra ETA en el eje central de la política española.

Es posible que eso haya dado oxígeno a los terroristas, pero lo que es seguro es que ha dado un extraordinario protagonismo a los grupos ultras que, adormecidos en anteriores periodos, han tomado la calle bajo la sombra de la bandera española, la gaviota de los populares y el lógico dolor de las víctimas del terrorismo.

Y son esos grupos exaltados, algunos de ellos incrustados en la dirección de entidades tan respetables como la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT), los que han enrarecido estos días los actos de duelo y de condena por el atentado en la ciudad francesa de Capbreton.

Los gritos de "Zapatero, dimisión", entre otros menos reproducibles, retrotraen a los tiempos en los que la democracia trataba de abrirse paso en medio de la barbarie terrorista. El PP tiene la responsabilidad histórica de haber jugueteado con unos sectores antidemocráticos que ahora se resisten a abandonar las calles a las que tan alegremente fueron conducidos. Ha sido un gran daño para la convivencia en este país.

Y la concentración celebrada ayer tarde en Madrid no hasido ajena al clima preelectoral que estamos viviendo.

Las ausencias y las presencias han sido miradas con lupa. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero decidió no asistir --seguramente para evitar otro desagradable espectáculo de insultos y abucheos al que tan acostumbrado está últimamente-- pero viajó a la ciudad francesa de Bayona para estar con la familia del guardia civil que sigue en coma. Por contra, el presidente de los populares, Mariano Rajoy, sí acudió a la protesta, pero esta vez no de la mano de Francisco José Alcaraz, presidente de la AVT, quien ha creído erróneamente que podía dictar la política antiterrorista del Gobierno... y de la oposición.